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Iker (20 años) nació y se crio en una familia de padres con estudios básicos en el barrio de Pajarillos, en Valladolid. Fue a un instituto en el municipio colindante de La Cistérniga, del que no tiene buenos recuerdos. “Pensé en dejar la ESO muchas veces, repetí segundo, pero al final la acabé sacando. Pero estudiar, lo que es sentarme a estudiar no me he sentado nunca, ni me ha gustado, ni creo que lo haga”, explica.

Milagros (52 años) nació y se crio en una familia de 12 hermanos en Catalanes, un pueblo montañoso y rural de la isla de Tenerife. Hizo la EGB (educación básica) en un colegio interno a varios kilómetros de su casa, donde gracias a sus buenos resultados consiguió una beca para seguir estudiando. Sin embargo, su familia se lo impidió. “Mis padres creían que una mujer no era para estudiar, que su labor era ser una buena esposa”, recuerda.

Elsa (31 años) se crio en una familia trabajadora y sin formación académica del barrio de la Albericia, en Santander. Fue al instituto del barrio, donde llegó a suspender siete asignaturas en 2º de la ESO. Repitió 3º y 4º, aunque al final terminó la educación obligatoria. “Con 14-15 años me desvié un poco. Ahí fue cuando repetí. No hacía ni el huevo. Me volví muy vaga”, cuenta.

“A peor nivel socioeconómico, las prioridades no están claras. Muchas veces lo educativo es lo último”, plantea Judith. Es uno de los factores que pueden explicar las distintas expectativas. La investigadora Marta Curull añade: “La gente con padres con estudios también tiene más probabilidad de ir a la universidad, desde siempre, da igual las notas”.

Esto sucede porque la educación postobligatoria tiene dos diferencias principales con la obligatoria. “Una es que no es gratuita; la otra, que en la edad universitaria ya puedes trabajar. Por lo tanto, en los costes universitarios no solo se cuenta lo que tienes que pagar, sino también lo que dejas de ganar”, explica Curull.

Es parte de lo que llevó a Elsa a estudiar un grado medio en lugar de una carrera. “Podría haber hecho magisterio, pero al final son cuatro años que no estás trabajando y que cuesta dinero también”, cuenta.

¿Quiénes tienen más probabilidad de tener estudios universitarios? En el siguiente gráfico puedes simular el nivel educativo que alcanzarían 5.000 adultos de entre 25 y 39 años en función de los estudios de sus padres a partir de los microdatos analizados de la Encuesta de Características Esenciales de la Población y las Viviendas (ECEPOV).

Dos de cada tres adultos jóvenes en España con al menos un progenitor que tenga estudios universitarios también llegan a la universidad. Si los padres no tienen estudios, la mitad se queda en la ESO.

Los hijos de Milagros forman parte de este improbable grupo: todos han terminado o están a punto de terminar los estudios universitarios. Ella recuerda cómo influía en la educación de sus hijos el hecho que ella hubiera continuado sus estudios ya con 35 años. “Los chicos empezaban a hacer tarea y yo les podía ayudar porque estudié de mayor”, cuenta. Y no solo por el hecho de poderlos acompañar, también por darles ejemplo. “Si yo puedo con la edad que tengo, ustedes pueden”, les decía.

Son la excepción: apenas 1 de cada 5 personas hijas de padres sin estudios se gradúa. Los expertos apuntan a que esta brecha tiene su origen en la diferencia de expectativas, la presión para estudiar o la falta de referencias. Milagros, que dejó de estudiar al acabar Primaria por decisión de sus padres, recuerda: “No veía en mi casa a nadie que pensara en ser médico, nunca. Cuando tienes una familia que tiene cultura te abre un abanico de oportunidades. Cuando la familia es humilde, ese abanico se cierra”.P

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