La radiografía más simple y tal vez clara que todos tenemos sobre los adolescentes es que sólo piensan en alargar la hora de llegar a casa, en estar cuanto más tiempo con sus amigos, mejor, en hablar de chicos, de chicas, de hormonas, de sexo y demás variantes y, desde hace algunos años, en estar continuamente conectados a internet (según el Instituto Nacional de Estadística, los jóvenes de 16 a 24 años son, precisamente, los que más usan las redes sociales).

Sin embargo, como todo y como todos, ellos también reivindican una mejor imagen de sí mismos, una que se ajuste a la realidad y que no caiga en los mismos tópicos de siempre: que están en su mundo, que casi no salen de su cuarto, que están como ausentes… Los expertos no dudan en afirmar que la adolescencia es una de las etapas más maravillosas de la vida, incluso la más creativa y enriquecedora. Se trata de una etapa de evolución y de aprendizaje que, al igual que todas, permite avanzar un paso más hacia el equilibrio y la felicidad.

¿Por qué a los padres, les cuesta tanto comprender esta fase de la vida? ¿Por qué hay tantos conflictos? ¿Qué es lo que realmente los hijos reclaman de sus padres y éstos desconocen? «Lo que realmente los adolescentes piden a sus padres es que les quieran exactamente como son ahora«, afirma Fernando Alberca, uno de los mayores expertos en Educación del mundo y autor de diversas obras sobre la materia, entre ellas la famosa Todos los niños pueden ser Einstein.

Los chicos han crecido, su cuerpo se ha desarrollado, pero aún no son adultos y necesitan que sus padres se preocupen por ellos con la misma paciencia que antes. Esto es, «demostrar a nuestro hijo el mismo amor que cuando era bebé y teníamos que levantarnos cada tres horas por la noche, o le enseñábamos a hablar o a andar. Ahora, de nuevo, necesitan nuestra atención, aunque sea de otro modo», asegura Alberca.

Aunque a veces los padres sean reacios a creerlo, los chicos saben que están en una fase de cambios importantes para su vida, que están descubriendo cosas, y que ésta es una de las etapas más importantes de su crecimiento. Pese a que no lo reconozcan de viva voz, los adolescentes necesitan de sus padres y, por ello, reclaman de ellos estas 10 cosas. (Como en las matemáticas, en este caso, el orden tampoco altera el producto). «Por norma general, los adolescentes exigen las mismas cosas de sus padres que éstos de su jefe o superior«, mantiene Amador Delgado, doctor en Psicología, profesor, orientador y autor, entre otras publicaciones divulgativas, del reciente libro Mi hijo no estudia, no ayuda, no obedece (Pirámide).

1. Sentirse valorados

2. Mayor confianza

3. Sentirse importantes

4. Mayor flexibilidad en los horarios

5. Más interés por sus gustos y aficiones

6. Aunque ellos no lo digan, pasar más tiempo con sus padres

7. Ser empáticos con ellos, que se sientan escuchados

8. Trasmitirles cosas con ejemplos de su vida y no con palabras

9. Que se les quiera más a ellos que a sus resultados

10. Que celebren sus aciertos, igual que les enfatizan sus fallos

La adolescencia es una época muy marcada por los cambios físicos que ya comenzaron en la pubertad y todos los adolescentes, sean más o menos atractivos, tienen complejos. Y eso es, asegura Alberca, porque aún no han experimentado el éxito con esos defectos. Aunque parezcan seguros, en realidad no lo son. Por ello, es fundamental que les den «esa seguridad y ese amor incondicional que necesitan, que les comprendan y perdonen a lo largo de todo el proceso, que les enseñen cómo hacer las cosas, y les den la motivación necesaria, además del método para hacerlas», señala Alberca.

Lo mismo sucede en materias de sexualidad. No cabe duda de que la adolescencia es una edad clave donde los chicos están descubriendo un sinfín de cosas. Los padres no deben dar la espalda, y tienen que abordar también estos temas. Según expertos en sexología, no se trata de darles la típica charla, sino de aprovechar las oportunidades cotidianas para hablar, por ejemplo, de temas como el amor, el enamoramiento o las amistades. Es mejor no evitar conversaciones e intentar abordarlas con la mayor normalidad.

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