Son muchas las dudas que surgen en torno a la sexualidad infantil. ¿Cuándo comienzan los niños a tener conciencia de su identidad sexual? ¿Cuándo pueden aparecer las primeras señales de transexualidad? ¿Cómo abordamos el tema en la familia? Vamos a intentar dar respuesta a estas preguntas desde un punto de vista científico, y hablaremos de cómo podemos ayudar desde el entorno familiar a un niño transgénero.
Entre los 18 meses y los 3 o 4 años (aproximadamente) los niños toman conciencia de su cuerpo y de las diferencias anatómicas entre niños y niñas. Según Félix López, psicólogo e investigador, a pesar de que la conciencia de identidad sexual aparece a esta edad, no es hasta (alrededor) de los 6 o 7 años cuando ésta se hace estable, es decir, el niño entiende que va a perdurar en el tiempo.
En esta misma línea, el Grupo de Identidad y Diferenciación Sexual de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (GIDSEEN) indica que “no es hasta los 6-7 años cuando se considera más estabilizada y siempre de acuerdo a tres componentes, la etiqueta de género (realidad de ser niño o niña), estabilidad del género (sentimiento de que este género no va a cambiar con el tiempo) y consistencia del género (sentimiento de estabilidad independientemente de la apariencia física)”.
¿Qué es la identidad de género? ¿Es lo mismo que orientación?
Es frecuente confundir y/o mezclar los conceptos, pero se trata de aspectos completamente diferentes: la identidad sexual es la identificación con un sexo (mujer, hombre). La orientación sexual es hacia quién dirigimos nuestro deseo -quién nos atrae- (heterosexual, homosexual, etc.). Y el género, los roles, son conductas que socialmente (es decir, son constructos) están ligadas a uno de los dos sexos, que establecemos como “típicas” de unos u otros.
¿Por qué es importante diferenciar estos conceptos? Porque una cosa es “quién soy y quién siento que soy” y otra muy diferente es hacia quién dirijo mis afectos, o qué conductas me gustan más o menos. Los niños están en constante desarrollo, están aprendiendo sobre ellos y sobre el mundo, se hacen preguntas, nos hacen preguntas, y debemos buscar y reconocer qué hay detrás de ellas para garantizar su bienestar.
Dentro del desarrollo evolutivo «estándar» de los peques es muy posible (y frecuente) que nos pregunten acerca de sus genitales, de si cambiarán o si se quedarán así, si de mayores serán como los de papá o como los de mamá… También es posible que un día aparezcan queriendo vestirse de princesa o de caballero, ya sean niñas o niños.
Las conductas de género cruzado son aquellas que desarrolla un niño/a y que son «típicas del género contrario». La aparición de estas conductas lleva a algunos padres a plantearse cuestiones como la identidad y orientación sexual de sus hijos, pero no son indicativo per se de nada, son juegos y juguetes, sólo eso. En estos casos no hay más indicaciones que normalizar, naturalizar y participar con él/ella en su juego. Juzgar, etiquetar o rechazar estas conductas no sólo no es útil, sino que además hará que el peque se sienta mal: si juega a estas cosas es porque le apetece y le resulta divertido, por lo que cabe preguntarse qué hay de malo en ello (somos los adultos los que colocamos en muchas ocasiones las connotaciones de las actividades, no ellos).
El Grupo de Identidad y Diferenciación Sexual de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición señala que las conductas de género cruzado “no son equivalentes a la Disforia de género; de hecho, la mayoría de los menores con un comportamiento no conforme con el género no resultan tener una identidad transgénero”. Es decir, los datos con los que se cuenta indican que sólo una pequeña parte de los niños que muestran conductas “típicas del género contrario” son transexuales.
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