Recientemente hemos leído  y escuchado en los distintos medios de comunicación lo mal parad@s que salen nuestr@s niñ@s de 15 años en el informe PISA (Program for International Student Assessment).

El País: Suspenso en la vida real
ABC: Los alumnos españoles, a la cola de la OCDE en «resolución de problemas»

PISA es un informe que se basa en el análisis del rendimiento de estudiantes a partir de unos exámenes que se realizan cada tres años en varios países del mundo. Los últimos se realizaron en el año 2012, en 56 países, y sus resultados se han conocido hace sólo unos días.

El objetivo del informe es ambicioso porque pretende comparar a los y las jóvenes de países muy distintos en tres áreas: matemáticas, ciencias y comprensión lectora. Aunque la elaboración del informe PISA es bastante aceptada a nivel mundial, es relevante señalar que hay un sector nada despreciable de académicos que se cuestionan hasta qué punto dicho informe es objetivo, tanto en los ítems elegidos -distintos en todos los países, ya que se «adaptan» a las realidades de cada cultura- como en sus conclusiones (¿El informe PISA es objetivo? L@s académic@s se rebelan…)

Dichas conclusiones afectan, en mayor o menor medida, a las políticas educativas de los países. Y para muestra un botón: nuestro propio país ha parido una nueva ley educativa, la LOMCE, cuya necesidad se argumenta -entre otros «pilares»- en nuestros malos resultados en PISA.

El director de PISA, Andreas Schleicher, ha apuntado que en las dificultades del alumnado español no hay diferencias sociales, regionales o por centros, sino que «muchos estudiantes en muchas regiones tienen esos problemas», lo que ha achacado al hecho de que la enseñanza en España «se centra demasiado en la reproducción» de los conocimientos que se adquieren y no en extrapolarlos para resolver situaciones prácticas. La verdad, para este viaje no hacían falta alforjas, basta con entrar en las aulas de nuestros colegios e institutos para comprobarlo (por supuesto, hay honrosas -y cada vez más numerosas- excepciones).

Gumendio, la número dos del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte ha explicado que no hay una alta correlación entre las pruebas de conocimiento y las de resolución de problemas, es decir, que una buena nota en matemáticas no significa necesariamente que también se obtenga buen resultado en resolver problemas, lo que a su juicio se debe a «la metodología» que se aplica en las aulas, que considera «anticuada», más centrada en la adquisición de conocimientos que en la resolución de problemas complejos, desarrollar un pensamiento crítico y trabajar en equipo. La misma persona afirma que la LOMCE supone un «cambio radical», ya que los currículos no se limitan a un listado de contenidos, sino que se basan en estándares de aprendizaje y criterios de evaluación, y se introducen pruebas homogéneas para evaluar al alumnado. Sin embargo, desde las filas de maestr@s y profesores/as no se está tan de acuerdo con estas afirmaciones. Una ley educativa que «encasilla» tanto lo que hay que aprender, cuándo hay que aprenderlo y cómo hay que aprenderlo no parece adecuada para solucionar el problema de metodología al que se refiere -que lo hay-, ni tampoco que ayude a l@s docentes a  desarrollar métodos de aprendizaje más adaptados al siglo XXI. Además, unas pruebas (reválidas) iguales para tod@s tampoco casan con las ideas de atención a la diversidad, equidad e inclusividad que la Escuela Pública debe defender.

Por último, apuntar -no es una cuestión baladí- que este informe lo elabora la OCDE, organización de carácter fundamentalmente económico, cuyo objetivo principal es maximizar el crecimiento económico de los países de la conforman. Personalmente, esto me genera profundas dudas en cuanto a cuáles son los verdaderos objetivos que se persiguen creando «rankings» de países basados en datos exclusivamente cuantitativos. Casi las mismas sospechas que me asaltan cuando ordenamos los colegios de la Comunidad de Madrid en un listado -pronto serán los de toda España-, de mejor a peor, atendiendo a un único número, en el que se esconden – (neo)deliberadamente- las idiosincrasias de cada centro educativo, de su alumnado, de su contexto y de sus familias. ¿De verdad nos parece serio elegir el colegio de nuestr@s hij@s basándonos en esto? No parece ni medio razonable.

Diana Huerta