“¡Sara, ordena tu cuarto! ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir?”. ¿A que nos suena esta escena? En todas las casas, padres y madres estamos cansados de repetir mil veces las mismas cuatro órdenes a nuestros hijos e hijas. Sentimos que no nos hacen caso, tememos incluso que se estén pitorreando de nosotros y terminamos por perder los nervios. ¿Qué podemos hacer para prevenir estos conflictos? ¿Hay alguna salida para este eterno día de la marmota? Te lo contamos.
Qué podrías que revisar antes de repetir las órdenes
- Para empezar, revisemos nuestras expectativas. Como nos decía Alba Castellví en una ponencia, “¿hay alguien ahí que cuando dé una orden a sus hijos estos responden de inmediato?”. Si entendemos que es normal que nuestros hijos e hijas no hagan caso a la primera, tal vez no nos tomemos tan a pecho este comportamiento.
- Toca también revisar nuestro método: ¿Hemos pedido algo a nuestros hijos desde otra habitación, levantando la voz, mientras ven la tele? No parece el método más eficiente para comunicarse, ¿verdad? Alba, en cambio, nos propone ”ir hacia donde está vuestro hijo y no hablarle de arriba abajo, mirarle a los ojos y darle un mensaje muy breve sobre lo que esperáis en aquel momento y con la voz lo más baja posible”.
- Es importante, sobre todo, revisar nuestro objetivo a la hora de educar. ¿Queremos hijos que obedezcan o hijos responsables que sepan tomar decisiones? Por ejemplo, si antes le pedíamos mil veces a nuestro hijo a gritos desde la cocina que viniera a cenar y nos enfadábamos si no venía porque queríamos que obedeciera, ahora podemos poner el foco en la responsabilidad y darle a elegir, diciéndole, como propone Alba: “¿Qué prefieres: venir a cenar pronto y así hay tiempo para el cuento o venir más tarde? Ten en cuenta que si vienes tarde no nos va a quedar tiempo para el cuento antes de irte a la cama”.
- Os proponemos también revisar qué hacer después. Una vez hemos hablado con ellos y hemos llegado a un acuerdo (por ejemplo, cenar después de sus dibujos favoritos y suprimir el cuento, o dejar que nuestra hija decida cuándo ordenar el cuarto dejando claro que no se lavará su ropa sucia si no la lleva a la cesta ella misma), hay que ser firmes con esas consecuencias de la decisión que hemos tomado pero amables con las emociones: “Entiendo que te enfade no seguir viendo la tele, pero dijimos que cenaríamos tras tu serie favorita”. “Ya veo que te frustra no tener ropa limpia. No había ropa tuya en el cesto de la lavadora”. Como señala Antonio Ortuño en su libro Guía ilustrada para una convivencia familiar inteligente, dejar que nuestro hijo decida y asuma las consecuencias de sus decisiones cuesta pero “¿qué es importante? ¿que te preocupe a ti y se lo repitas continuamente? ¿o conseguir que tu hija se preocupe y lo interiorice?”.