Cierra los ojos y piensa en un momento bonito que vivieras en tu etapa como estudiante. Seguro que puedes verlo como si estuviera pasando ahora. Cuando cualquiera de nosotros piensa de manera retrospectiva acerca de las experiencias positivas que ha tenido como alumno, en la mayoría de los casos, estas suelen venir asociadas a relaciones personales que se desarrollaron en el contexto escolar. Un profesor especialmente carismático, compañeros que se convirtieron en amigos para siempre, el primer amor… Y es que la escuela puede ser el caldo de cultivo perfecto para satisfacer la necesidad inherente al ser humano de asociarse.
La neurociencia ha aportado en los últimos años importantes datos que explican esta necesidad por crear relaciones de tipo positivo. Uno de los descubrimientos más relevantes es que el sistema neuronal del ser humano está diseñado para conectar con los demás. De acuerdo con Goleman (2006) es la misma estructura neuronal la que lo torna sociable y lo hace establecer vínculos con otras personas. Y sabemos que la secreción hormonal que se produce a partir de las experiencias emocionales positivas, especialmente asociadas a otras personas, es fundamental para que se produzcan los procesos cerebrales encargados del aprendizaje. El blog Escuela con cerebro hace en este post una excelente revisión sobre algunos de los aspectos que relacionan el aprendizaje colaborativo con características de nuestro cerebro que lo hacen perfecto para cooperar.
Al mismo tiempo, las interacciones negativas tienen un efecto tóxico y perjudicial. Las hormonas ligadas al estrés como el cortisol o la noreprinefrina se disparan ante la amenaza social, el miedo al ridículo o el miedo al juicio externo (Elizuya & Rochfols, 2005). Este hecho anula la afirmación “la letra con sangre entra” que todavía algunos profesores defienden (aunque parezca increíble).
Por ejemplo, cuando la actuación del docente es valorada por el cerebro del niño como una interacción amenazante, la segregación de cortisol bloquea la creación de hormonas en el hipocampo. Este hecho anula la capacidad para establecer puentes entre el hipocampo con la corteza cerebral, o lo que es lo mismo entre la memoria a corto y a largo plazo.
Otra clara evidencia para eliminar modelos pedagógicos basados en la disciplina negativa es la hipótesis del marcador somático desarrollada por el prestigioso neurofisiólogo Antonio Damasio. La hipótesis del marcador somático establece que el cerebro ha evolucionado para tomar decisiones rápidas que aseguren la supervivencia. Si viajamos 10.000 años atrás, un humano cualquiera sabía que tenía que salir corriendo al ver a un depredador, antes incluso de ser consciente de que lo había visto. Esto se consigue a partir de la creación de puentes neuronales automáticos asociados a experiencias emocionales anteriores. Esos mecanismos siguen funcionando, aunque se han sustituido a los depredadores por estímulos que forman parte de nuestro día a día aun no suponiendo una amenaza para nuestra supervivencia. Trasladémoslo a la relación profesor-alumno. Cuando un profesor ridiculiza una intervención de un niño por salirse de lo esperado, el cerebro convierte esa experiencia negativa desde el punto de vista emocional en un riesgo a evitar en futuras ocasiones. Esto se traduce en que cuando el profesor pregunte si alguien quiere intervenir, el cerebro tome la decisión de no hacerlo para evitar el riesgo potencial de esa acción. Y el alumno no habrá sido ni siquiera consciente de porqué se ha tomado esa decisión.
Una relación profesor-alumno que se ocupa del bienestar emocional de ambos, es la estrategia perfecta para prevenir las situaciones anteriores. Preocuparse por el estado personal del alumno, tener en cuenta sus preocupaciones e intereses, hacerle partícipe en las tomas de decisiones, evitar el juicio, dotarle de autonomía, utilizar el juego como base del aprendizaje, fomentar la creatividad o crear un clima de colaboración en el aula son algunos ejemplos que pueden considerarse para el desarrollo de relaciones profesor-alumno efectivas desde el punto de vista emocional.
Fuente: http://actualidadpedagogica.com/