La jornada continua implica que la docencia se concentra durante la mañana (en general, en horario de 9 a 14 horas, con posibilidad de comedor posteriormente) frente a la jornada partida, que divide las horas de clase en mañana y tarde (habitualmente con horario de 9 a 16 horas con una pausa de dos horas en medio para comer). De este modo la jornada escolar en España ronda las cinco horas lectivas diarias, como en muchos otros países de nuestro entorno.

La decisión sobre la jornada es, por tanto, una decisión sobre la distribución de esas 5 horas lectivas diarias. La adopción de un horario u otro afecta fundamentalmente a los niveles de educación infantil y primaria (esto es, alumnos de entre 3 y 11 años), ya que, en secundaria y bachillerato, por lo general, prevalece la jornada continua.

 

Aunque no existen datos globales a nivel estatal, la importancia de la jornada continua ha aumentado en los últimos años. En la actualidad siete comunidades autónomas españolas (Andalucía, Castilla-La Mancha, Canarias, Extremadura, Islas Baleares, Murcia y Galicia), así como las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, han generalizado la implantación de la jornada continua para las etapas de educación infantil y primaria. En otras siete CC.AA. la incorporación de la jornada continua está siendo más progresiva (Aragón, Asturias, Cantabria, Comunidad Valenciana, Castilla-León, Madrid, o La Rioja), mientras que, en Cataluña, País Vasco y Navarra, continúan apostando por la jornada partida.

Pese a que responsables de la comunidad educativa consideran que fijar la jornada debería decidirse en base a estudios científicos que avalen qué tipo de horario beneficia en mayor medida a los alumnos, en la práctica, esta decisión depende de una votación a nivel de colegio (salvo para los centros de nueva creación donde la jornada inicial la fija la Administración). Para votar el cambio de jornada partida a continua es necesario que primero el Consejo Escolar apruebe el proyecto con el apoyo de 2/3 de sus miembros. A continuación, se realiza la votación en la que participa el censo de profesores y familias (donde padres y madres votan de manera individual).

Faltan evidencias científicas

 

Lo más llamativo de este debate es la escasez de evidencia científica sobre los efectos de un tipo u otro de jornada en variables tan relevantes como la concentración y los resultados de los alumnos y la organización de los centros. Entre los pedagogos es posible encontrar argumentos a favor de una y otra modalidad, pero las pruebas empíricas son prácticamente inexistentes (Gromada y Shewbridge (2016) realizan una revisión de la escasa evidencia internacional al respecto).

 

Los pedagogos que defienden la jornada partida sostienen que los alumnos, en la jornada continua, se agotan antes y su concentración disminuye al estar tantas horas seguidas estudiando. Apuntan al efecto positivo de hacer pausas, ya que les permiten descansar y recuperar la atención. Por su parte, los pedagogos que defienden la jornada continua sostienen que el horario de mañana es más provechoso para los alumnos. Argumentan que su rendimiento decae de forma notoria por las tardes, por lo que proponen que el horario de tarde se emplee para hacer actividades extraescolares que al alumno le gusten.

Pope (2016) utiliza un panel de datos de cerca de 2 millones de estudiantes americanos de entre 11 y 16 años para analizar cómo el momento del día en el que reciben clases de determinadas asignaturas afecta a su rendimiento en pruebas estandarizadas de conocimientos y competencias. Encuentra que los estudiantes aprenden más en las sesiones matutinas, especialmente en asignaturas como matemáticas y lengua. Además, este efecto no cambia según el género de los estudiantes, el mes del año en el que han nacido, sus notas o el nivel educativo de sus padres.

 

Su trabajo utiliza datos de estudiantes de secundaria, por lo que no está claro que sus resultados sean extrapolables a primaria e infantil, ya que los estudios fisiológicos muestran que los niños pequeños tienen ritmos circadianos distintos que los adolescentes (Carskadon et al., 1993; Crowley et al., 2007). Por tanto, es fundamental que la investigación continúe entre alumnos de otras edades.

 

En España, los pocos estudios existentes muestran que los alumnos con jornada partida tienden a obtener mejores resultados académicos que los de la continua, aunque, como señala Fernández Enguita  “parece difícil afirmar que haya evidencia suficiente para la defensa de cualquier tipo de jornada”.

 

Analizando los datos de la LOMCE de la Comunidad de Madrid, se puede comprobar que tan pronto se tiene en cuenta el estatus socio-económico de los alumnos y ciertas características de los centros escolares (como la titularidad), la brecha de rendimiento entre los dos tipos de jornada desaparece. De hecho, hay un patrón muy claro de selección en tipo de jornada en función del nivel socio-económico del alumnado, que explicaría en gran medida las diferencias incondicionales en resultados. Así, la tabla A muestra cómo a medida que aumenta el nivel socio-económico de los alumnos de un centro, disminuye la proporción de centros con jornada continua.

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