En una reciente comparecencia del Consejero de Educación de Madrid, Enrique Ossorio, afirmaba que había un gran silencio en el comienzo de curso y que eso avalaba su política educativa. Es evidente que si se vive en una burbuja de cristal, aislado de la sociedad civil y de la comunidad educativa, uno no se entera de lo que no quiere enterarse. Ello hace que se ignoren las reclamaciones de los sindicatos y de la oposición política frente al gran déficit de plazas en Formación Profesional; el malestar de los directores de institutos públicos por el comienzo de curso; las manifestaciones de Marea Verde y de los profesionales de Atención a la Diversidad a favor de la bajada de ratios y la contratación de docentes; las recientes protestas de las escuelas infantiles de la Comunidad de Madrid (CAM) contra el cierre de la etapa de 3-6 años. Y de una forma continua, el grito de los pueblos y barrios que exigen la construcción de nuevos centros educativos públicos. El consejero parece aquejado de la enfermedad conocida como la sordera.

del poder, una enfermedad muchas veces voluntaria.

En aquella misma comparecencia del Consejero, en la Comisión de Presupuestos de la Asamblea de Madrid, reconocía que el proceso de privatización supone que en Madrid capital solo el 40% de alumnado está escolarizado en centros públicos. Algo brutal. También le parecía estupendo que hubiera barrios donde más del 70% del alumnado va a los colegios privados y concertados, seguramente marcando el objetivo que tiene la derecha en Madrid y como modelo exportable donde gobierne. Hay que recordar que en España el alumnado en la educación pública es de un 67%, y en todos los grandes países europeos está en torno al 90%, lo que convierte en un anacronismo segregador lo que sucede en Madrid, con la falacia de la libertad de elección educativa como principal excusa para justificar el desmantelamiento de la educación pública.

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