Comienzan a aparecer en los noventa, en los barrios populares de las ciudades, con un fuerte componente activista y comunitario. Su objetivo era (y es) el autoabastecimiento alimentario local de frutas y verduras cultivadas con mimo, sin emplear químicos, por los agricultores del lugar, gracias al trabajo conjunto y voluntario de un grupo de familias constituidas en cooperativas agroecológicas, como se las conoce desde entonces.

Una figura legal sin fines de lucro que ha garantizado su subsistencia: los socios aportan un capital social, además del pago de una cuota regular, y comparten las tareas diarias y administrativas. Los beneficios se reinvierten en el propio proyecto.Este modelo en auge avanza ahora hacia otro más flexible para mantenerse, expandirse y hacer frente a la competencia, el super.

Con esta filosofía nace en 2013 L’Economat Social, una cooperativa de trabajo ubicada en el barrio de Sants (Barcelona). “Detectamos que muchas familias –que procedían anteriormente de grupos de consumo, pero que tuvieron que abandonarlo principalmente porque tenían hijos y no podían seguir con sus labores de voluntariado– quedaban excluidas del circuito”, cuenta Marc Montaner, uno de los tres socios fundadores, que apuesta por una fórmula híbrida. Es decir, los socios consumidores no entran en la gestión, es opcional, ya que cuenta con dos puestos de trabajo a tiempo completo que se reparten entre los creadores.

Así, de 20-30 familias en origen hoy suma 200. Con unas mil referencias –fruta y verdura de temporada, carnes, lácteos, proteína vegetal, conservas, vinos, cervezas, hasta cosmética y artículos de limpieza, “el abanico básico de productos está cubierto”, dice. Su facturación en 2018 fue de 100.000 euros, con una proyección al alza del 20% este año por la llegada de nuevos socios y el aumento del consumo de los existentes.

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