Parece increíble, pero lo hemos conseguido. Hemos llegado a septiembre. Hemos sobrevivido a cinco olas como cinco soles, y ahora parece que está pasando la tormenta. Han caído los casos en activo, los ingresos, los contagios… Todo.
Las cifras de la covid nos indican que las vacunas funcionan. Han venido para salvarnos. Parece que el esfuerzo combinado de los laboratorios de todo el planeta ha surgido efecto y ya sabemos cuál es el camino de salida.
Dan ganas de frotarse los ojos y comprobarlo un par de veces para vez si es cierto, pero la realidad es que este será el tercer curso escolar marcado por la pandemia. Hoy la premisa es radicalmente diferente a la del curso anterior. La vacunas, la incidencia, todo lo demás. Pero las medidas… Oh, no: las medidas son las mismas.
Bueno, quizá no del todo. Han relajado alguna cosa, como por ejemplo eliminar profesores de apoyo (suspiro) o reducir algo las distancias entre pupitres, pero aquí estamos de nuevo. Los peques con mascarillas. Los grupos-burbuja. Los lavados de manos con gel constantes. Las clases con las ventanas abiertas de par en par en febrero.
Y digo yo… ¿Nos relajamos un poco, no? ¿Qué pasaría si lo hiciéramos?
Viniendo de un verano en el que se podía ir al aire libre sin mascarillas, con los restaurantes plenamente de regreso, con los niños rebotando de nuevo en los parques de bolas, lamiendo toboganes, empujándose en columpios… ¿Tenemos de verdad que seguir sometiéndolos a este nivel de restricciones ahora que vuelven las clases?
¿En serio, con lo que sabemos ahora sobre contagios por contacto de superficies, consideramos imprescindible evitar que los alumnos de infantil toquen un juguete que han previamente ha estado en manos de los de otro grupo burbuja-dentro-de-la-burbuja?
¿Tiene algo de sentido que los de Segundo A no puedan jugar con los de Segundo B un partido de fútbol? ¿Sirve de algo que los de Quinto no puedan acercarse a charlar en el recreo con un amigo de Cuarto? ¿Es necesario volver a hacer esta vuelta al cole en 2021?
El año pasado me sorprendía, y me hacía algo de gracia, ver a la salida del colegio a niños y niñas que, pese a haber estado separados separados de manera estricta y protocolariamente eficaz durante el horario escolar, se juntaban sin problema para merendar juntos y abrazarse en cuanto daban un paso fuera del recinto.
Este año ya no me hace tanta gracia. Me parece un castigo innecesario para los niños y las niñas, por no hablar de un esfuerzo extra para un profesorado que tiene mucho que hacer, muchísimo, para recuperar todo lo que nos ha quitado el virus en el colegio.