La escuela es el entorno privilegiado donde las relaciones interpersonales son inevitables, es un lugar de encuentro e interacción constante en el día a día, entre familias, profesorado y criaturas.

La relación creada y establecida entre la escuela y la familia es de enorme importancia para la pequeña infancia y la influencia que esta relación puede ejercer en su desarrollo es más significativa y trascendental de lo que se suele creer.

Sabemos que la familia es el primer contexto de socialización, donde niños y niñas participan y se desarrollan activamente. También sabemos que, además, en un determinado momento la familia decide que ya puede abrirse a un nuevo contexto: la escuela, confiando la complementación de su educación a su profesorado.

Cuando esto sucede, la criatura no es un ser pasivo y, como constructora activa de sus relaciones personales, atraviesa una fase de autorización y de construcción de lazos privilegiados con los adultos con los que se relaciona habitualmente en la escuela.

Dichos lazos se apoyan en el apego, vínculo afectivo fundamental en los primeros años de vida. La Dra. M. Ainswort (1913-1999) lo definió como una vinculación afectiva que se desarrolla a través de la interacción con la figura de referencia biológica o no. Esto se puede explicar de la siguiente forma: el niño y la niña crean vínculos con las personas sensibles y receptivas a las interacciones sociales que permanecen como educadoras consistentes y estables, lo que ocurre tanto en la escuela, como en el hogar.

Estos vínculos son necesarios para dar un firme sustento emocional, que permite a las criaturas sentirse confiadas y seguras para dar los pasos necesarios en el descubrimiento del mundo; solicitando ser guiadas y acompañadas.

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