¿Has escuchado alguna vez la frase “cuando seas padre, comerás huevos”? Se trata de un refrán con el que muchos adultos pretenden adoptar estilos de vida, en ocasiones, no saludables y que sus hijos (o menores a su alrededor) no imiten estos hábitos. Si sois vosotros de los que lo utilizan a menudo, tenemos malas noticias.
Una nueva investigación sobre obesidad pone el foco de la promoción de un estilo de vida saludable en los adultos para evitar el desarrollo de obesidad en los niños que les rodean.
Hasta ahora, el desarrollo de esta enfermedad se había relacionado con factores genéticos, sociales y conductuales de las propias personas que desarrollan esta afección. Sin embargo, hoy iremos más allá.
La obesidad se define como una acumulación excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Se trata de un importante problema de Salud Pública en Europa y América. En España, la tasa de obesidad actual asciende al 16 % y en niños 10,3 %.
Por su parte, en 2019 en América Latina y el Caribe, casi un cuarto de la población adulta en la región tenía obesidad, con prevalencias más altas entre mujeres (28 %) que en hombres (20 %). Además, la prevalencia del sobrepeso en niños y niñas menores de 5 años ya alcanza 7,5 %, por encima de 5,9 % mundial.
Los datos no son esperanzadores pues, hasta ahora, se desconoce cómo evolucionará la epidemia de obesidad en las próximas décadas.
¿Cómo es posible que un niño desarrolle obesidad?
Entre los factores de riesgo más estudiados científicamente se encuentran los de tipo genético. Entre ellos, podemos citar las mutaciones en el receptor de melanocortina 4 (MC4R), el gen asociado a la masa y la obesidad (FTO) y alteraciones en enzimas como la leptina, su receptor, la proopiomelanocortina y la pro-proteína convertasa.
Este tipo de defectos genéticos solamente justifican el 1 % de los casos. Sin embargo, el riesgo de desarrollar obesidad aumenta exponencialmente al combinarse con otros factores de riesgo. Estos pueden ser de tipo psicosocial (como el estrés, la ansiedad, la depresión y bajo nivel de autoestima) y conductual (hábitos de alimentación y sedentarismo).
En relación con el estilo de vida, ya en 2015 se identificó por primera vez que el estilo de vida de los padres (antes y después de la concepción) representa un factor de gran impacto en el desarrollo de sobrepeso y obesidad de los niños.
Al mismo tiempo, también se ha reconocido que hay más posibilidades de desarrollar obesidad en familias con bajo nivel socioeconómico. Lo mismo sucede con los niños cuyos padres tienen sobrepeso.
Para mayor gravedad, se ha demostrado que la obesidad infantil tiene una elevada posibilidad de permanecer durante la etapa adulta, con los riesgos para la salud y calidad de vida que esto implica.
Por todos estos motivos, aumentar la cantidad de actividad física practicada por los niños y niñas se había convertido en una prioridad de Salud Pública en los países industrializados.
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