La profesionalidad y el deseo de resolver los problemas pueden hacer prodigios. En cambio, la pasividad, la inercia o el inmovilismo sólo sirven para agravarlos.

En el año 2004, Jokin Ceberio, un chaval de 14 años, se suicidó en Hondarribia. Hace unos días, se quitó la vida Arancha, una muchacha de 16 años, por el mismo motivo. Entre ambos casos ha habido otras muertes. Pero, como muchas veces he oído decir a la madre de Jokin, la única manera de dar un sentido a esta tragedia es que sirva para que no vuelva a suceder.  Por eso, quiero centrarme en dos enseñanzas que se desprenden de estos trágicos sucesos. La primera es que de los problemas educativos, como de Santa Bárbara, nos acordamos cuando truena. Por casos de acoso, por abuso de alcohol o por los resultados de PISA, sufrimos un estremecimiento pasajero, un hervor de chocolatera, y luego lo olvidamos. Así no arreglamos nada. Al contrario, todo tiende a volverse crónico. El segundo asunto es que en educación no hay ni milagros ni enigmas. Hay modos rigurosos, sistemáticos y tenaces de resolver los problemas. Lo que no se puede esperar es que se improvisen soluciones a problemas complejos como es este. Hay que tener preparados –y entrenados– los planes de acción. Lo mismo que se hace con los planes de evacuación de un edificio.

Un centro educativo puede eliminar la violencia si sigue los protocolos adecuados. Cada tipo de violencia o de agresividad necesita un tratamiento diferente. El acoso es un caso especial de violencia: aquella que se ejerce premeditadamente para hacer daño, durante un periodo largo de tiempo. Por eso, no tiene nada que ver con la agresividad explosiva o puntual. En el acoso hay tres protagonistas: el acosador, la víctima y los espectadores, por lo que debemos dirigir las medidas educativas hacia los tres. A la víctima para apoyarla, al acosador para hacerle cambiar de conducta y a los espectadores para que se den cuenta de que pueden influir poderosamente en que esos hechos no sucedan.

En estos protocolos deben fijarse con claridad las responsabilidades de cada agente: de la dirección, del claustro, del departamento de orientación, del tutor, del profesor en su aula, de los alumnos, de los padres, de la Administración educativa. Hay que aprovechar los procedimientos que han demostrado su eficacia: el establecimiento de comisiones de convivencia en las que participen los alumnos, el nombramiento de un profesor encargado de poner en práctica el plan, los procedimientos pedagógicos adecuados dentro del aula

Programas de éxito

El interés por la violencia en las aulas se despertó en 1982, en Noruega, cuando tres escolares –de edades entre 10 y 14 años– se suicidaron por acoso de sus compañeros. Como consecuencia, el gobierno tomó la única decisión sensata: emprender una campaña para resolver ese problema. De ahí nació el programa de Dan Olweus, que ha servido de referencia para todos los demás, y que está publicado en castellano con el título Conductas de acoso y amenazas entre escolares. Se ha implantado en miles de centros, durante más de veinte años con buenos resultados. Se funda en cuatro principios que deben aplicarse en la escuela e –idealmente– también en el hogar.

            1.– Cordialidad, interés positivo e implicación por parte de los adultos.

            2.- Límites firmes ante un comportamiento inaceptable.

            3.- Una aplicación consistente de sanciones no punitivas y no físicas.

            4.- Adultos que actúen con autoridad y como modelos positivos.

En Finlandia, el gobierno ha puesto en práctica con éxito un programa denominado KiVa, diseñado por investigadores de la universidad de Turku. A diferencia de otros programas, KiVa se centra en el grupo, en el que están también los espectadores que, con su pasividad, dan el mensaje de que no está pasando nada grave, con lo que se convierten en colaboradores del agresor. No hay que cambiar la actitud de la víctima para que sea más extrovertida o menos tímida, sino influir en los testigos. Si se consigue que no participen en el acoso, eso hace cambiar la actitud del acosador. El objetivo es concienciar de la importancia de las acciones del grupo y defender y apoyar a la víctima.

Los estudiantes reciben una veintena de clases a los 7, 10 y 13 años. Se facilita que las víctimas puedan denunciar su situación, mediante un buzón virtual. En cada centro hay una comisión formada por tres adultos, que se ponen a trabajar en cuanto detectan un posible caso de violencia .

La evaluación del programa ha demostrado que KiVa ha reducido todos los casos de acoso, que su eficacia se ve ya desde el primer año,  y que ha conseguido que el acoso escolar desaparezca en el 79% de las escuelas, y se reduzca en otro 18%.

Una vez más se comprueba que la profesionalidad y el deseo de resolver los problemas pueden hacer prodigios. En cambio, la pasividad, la inercia o el inmovilismo sólo sirven para agravarlos.

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