(…) «¿Para qué sirven los niños?», pregunta provocadoramente Santiago Alba Rico. Si la pregunta nos parece indecente, indecentes deben parecernos también las palabras de quienes se obstinan en orientar todo su proceso educativo hacia la inserción en una realidad tan alienante como la expresión que le da nombre: el mercado de trabajo.

Un mercado de trabajo al que se compadece por ser víctima de nuestro sistema educativo cuando la realidad es que es precisamente ese mercado laboral la causa de la masiva expulsión de nuestros jóvenes hacia otras geografías.

Unos jóvenes que no se marchan de España porque tengan una formación insuficiente, sino porque resulta excesiva para un inexistente tejido industrial que fue replegándose ante la presión de la burbuja inmobiliaria y la especulación financiera.

Pero es que además cabe preguntarse si es el mercado el que debe modelar a nuestros niños y niñas, a nuestros docentes, o si es la ciudadanía la que debe decidir cuáles son los perfiles profesionales necesarios para que todos podamos llevar una vida más saludable, más digna, más feliz.

¿Como es posible que el lenguaje de la producción –el de la competitividad, los rankings, la rendición de cuentas, la empresa, el mercado– haya podido imponerse al lenguaje de la reproducción (en la acepción ecofeminista del término), es decir, al lenguaje de los cuidados y la vida?

¿Quién dejó fuera de la escuela los cien lenguajes del niño, el contacto con la tierra, la risa y el juego, la creación artística, la curiosidad y la duda, la calma y la conversación, el cuidado de los otros? ¿Cuándo y cómo la pregunta ‘para qué’ pasó a ser una pregunta revolucionaria? (…)

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