Era el año 1.983, yo tenía 9 años, y esperaba a que llegara el verano para dedicarme a descansar, a dormir hasta tarde, a pasar los días jugando, en la calle, con otros niños, en contacto con animales, haciendo trastadas, sin dormir la siesta, manchándome las manos de tierra, comiendo helados al ritmo del anuncio del verano…“Este verano Negrito”. Esta publicidad se oía en la televisión a todas horas, cuando las cigarras no sonaban más fuerte que la caja tonta.
No sé en qué momento se generalizaron los libros de verano, los deberes más allá del periodo lectivo, pero el recuerdo de esos veranos tórridos de puro aburrimiento en el que cuando ya no se nos ocurría nada más aún había algún nuevo juego, una nueva aventura o un nuevo terreno que explorar me embarga cuando se acercan las vacaciones de verano de mis hijos.
Si estás pensando en hacerle un regalo a tu hijo con motivo del fin de curso, si quieres premiar su esfuerzo, si quieres recompensarle de alguna manera por todas las tardes, los fines de semana y las vacaciones en las que ha estado estudiando duro, haciendo deberes hasta la noche, lo mejor que puedes hacer por él es asegurarle un verano de descanso. Es una ocasión ideal para plantearle a los profesores de tus hijos la necesidad de respetar vuestra decisión de que tu hijo descanse en verano, lo inoportuno que es seguir haciendo deberes del mismo tipo que los que ha estado haciendo todo el curso, sin dejarle desconectar.
Creo que es más sencillo convencer de este planteamiento ahora que en cualquier otro periodo del curso escolar… y estaremos sentando una base para reflexionar sobre la utilidad de muchos de esos deberes que solo se mandan para ocupar el tiempo de los niños.
Te animo a que si no lo has hecho aún, no lo dejes más, y reclames el derecho a un verano sin deberes. Aún podemos ganar el verano.