Suena dramático, lo sé. El primer instinto es decir: “no estamos tan mal…”. Claro que esas defensas apasionadas se pierden después de ver los datos de obesidad infantil, de personas en Salud Mental; cuando alguna campaña acertada nos muestra los efectos de nuestro consumismo en otras partes del mundo, al descubrir las cifras de suicidios en nuestro país… sí, estamos jodidos, no le des más vueltas.
El segundo instinto es el escepticismo: “¿la lectoescritura? ¡Venga ya! Será porque no hay razones: la desigualdad, la avaricia, el egoísmo humano, la violencia…”. Y son todas buenas razones, muy válidas y populares, excepto porque ponen el foco al final de todo el proceso de creación de esos problemas, es decir, en los adultos. Es como ver un árbol torcido y pensar que lo dobla el peso de sus ramas, en lugar de pensar que por distintos motivos creció en esa dirección, sin que nadie rectificara la trayectoria con un apoyo.
Con los seres humanos pasa lo mismo, aunque a menudo somos otros humanos los que torcemos su desarrollo y luego culpamos al viento, a los rayos o a la vida de esa inclinación. Bien, para mí eso acaba hoy. Me planto en la cadena de excusas y te voy a dar todos los motivos que tengo para hacerlo.
Para empezar, recordaré el estudio que mencionaba en “¡Adios fichas! ¡Hola evidencia científica!”, donde se explica que la reducción de horas de juego está teniendo como consecuencia un aumento de las psicopatologías infantiles. Este dato por sí solo debería hacer saltar las alarmas pero, como aquí somos más resistentes a la evidencia científica que a los antibióticos, tendré que pasarme a los estudios ‘hardcore’.
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¿Cómo puede ser que aprender a leer antes nos esté matando? Bueno, el problema no es exactamente leer antes – para lo que nuestro cerebro sigue estando inmaduro de todas formas – sino la tonelada de aprendizaje que estamos perdiendo en el proceso. Porque aprender, lo que se dice aprender, cuando somos niños lo hacemos con el cuerpo. Sí, mira, me pongo lógica, racional y empírica: se supone que nacemos inmaduros para pasar por el canal del parto, ¿no? Por lo tanto, nuestro cerebro no está ni medianamente desarrollado durante los primeros años… – ése es el motivo principal por el que no esperas que un niño de tres años te haga un cuadro de punto de cruz o uno de cinco reconozca sus derechos en la Constitución -; para compensar esas limitaciones y sobrevivir, el cerebro humano se adapta ‘entendiendo el entorno’ a través de los sentidos. Podemos decir que es un aprendizaje compuesto: cognitivo + sensorial – esto lo saben muy bien las personas que han trabajado las matemáticas con materiales manipulativos, por ejemplo -. ¿Qué pasa cuando nos centramos en leer y escribir? Que nos centramos en lo cognitivo y mandamos a paseo lo sensorial.
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