“El Ministerio se plantea crear una FP Básica de amas de casa”. Con este titular El Periódico de Aragón rescataba la semana pasada la noticia de que el Ministerio de Educación pretende impulsar una Formación Profesional Básica de Actividades domésticas y limpieza de edificios (Boletín Oficial del Estado del sábado 29 de agosto, pág. 76773). La competencia general del título “consiste en realizar actividades domésticas de limpieza, cocina, cuidado de ropa y apoyo a personas en el ámbito doméstico, así como realizar operaciones básicas de limpieza en edificios, oficinas y locales comerciales” y tendrá una duración de 2000 horas.

La reacción en las redes ha sido de estupefacción y mofa, no ajena al hecho de que esta propuesta suceda a la de instaurar un título de Formación Profesional Básica en Tauromaquia. La diferencia estriba en que, si bien en este último caso ha sido fácil encontrar críticas argumentadas, en el que nos ocupa la noticia se ha replicado en los medios y en redes sin apenas comentario añadido.

¿Por qué no aplaudir la inciativa de cualificar profesionalmente los cuidados y el trabajo doméstico, lo que tal vez redunde en un mayor reconocimiento social y económico de estas actividades? El hecho de profesionalizar, aunque sea en un nivel básico, los trabajos domésticos, les da visibilidad en el mundo del empleo y permite a jóvenes que están bastante desenganchados de la educación tener una cualificación reconocida. Al mismo tiempo, obliga a hacer explícitos los conocimientos necesarios para hacer el trabajo doméstico. ¿Por qué, pese a todo ello, la noticia nos generaba tantas reservas?

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