La tarea escolar es casi una institución en la vida de las familias. No solamente queda fuera de los cuestionamientos de todos los actores implicados (menos los chicos) sino que algunos establecen casi como regla de tres simple este postulado: “a mayor cantidad de tarea en casa, mayor calidad educativa”. Esta afirmación genera un pensamiento generalizado de que las “buenas escuelas” son aquellas que “matan” a los chicos con tareas en su casa “por el bien de ellos”. Es más: grandes empresas hacen negocios generando sitios en la web “para ayudar con la tarea escolar”, por lo cual los maestros y profesores estamos contribuyendo al desarrollo de un gran comercio a veces sin tener conciencia…
Hoy quiero poner en cuestión todos estos supuestos, incluído el valor de la tarea en sí mismo. Porque como digo siempre: los padres no son pedagogos y por ello no son quienes deberían saber que estas costumbres pueden cuestionarse. Pero los docentes sí tenemos la responsabilidad de revisar cada una de las prácticas instituídas y la capacidad de dudar acerca de su aporte a los procesos de aprendizaje y enseñanza.
Analicemos primero el para qué de la tarea. Cuando los chicos concurren jornada completa a la escuela… ¿tiene sentido que en vez de llegar a su casa a relajarse un poco, jugar y descansar tengan que continuar agobiándose con lo que debían haber resuelto en el tiempo escolar? Si en 8 horas de escuela no somos capaces de enseñarles a los chicos lo que deberían saber, tendríamos que cuestionarnos mucho más cómo enseñamos en la escuela!
¿Y el derecho de los chicos al juego? ¿Quién se ocupa de resguardarlo cuando el tiempo material no da para hacerlo? Seguramente algunos dirán que “los padres son quienes recargan a los chicos de actividades extraescolares”. Sin embargo, todos sabemos que la escuela es la principal responsable de la sobrecarga de actividades fuera de la ella. Visto de esta manera, el primer punto debería apuntar a que la escuela debería resolver las situaciones de aprendizaje requeridas en los chicos dentro del extenso horario de la jornada completa, siendo así la guardiana responsable de garantizar su derecho al juego y al ocio.
Otros pensarán: “para que pierdan el tiempo en la computadora o en los videojuegos más vale que les den tarea”. Pero esto supone que lo lúdico no tiene ningún valor en la vida de los chicos y que cuando ellos se sientan frente a las computadoras no desarrollan aprendizaje alguno, y ambas cosas resultan erróneas.
Vamos a correr ahora la mirada hacia el sentido del aprendizaje autónomo, o más bien lo que correspondería a pensar acerca del “estudio sistemático” como práctica valorada en el mundo de los adultos. Nadie podría estar en contra de pensar el valor de los chicos aprendan a estudiar solos, a organizarse, a priorizar. Pero sobre el aprendizaje autónomo hay mucho para analizar. Partamos de pensar desde cuándo debería producirse. Cada vez es más frecuente observar que las “tareas” se instalan desde primer grado de la escuela primaria como si los chicos de 6 años no necesitaran más tiempo para jugar que los de 15. Pareciera que todo se mide “con la misma vara” y que hay que enseñarles “desde chicos” a sufrir y padecer la tarea (así como los exámenes, que serán objeto de otra entrada). ¿Es justo quitarle a un chico pequeño sus horas de juego en pos de un futuro lejano como estudiante autónomo? No pareciera… Tampoco lo es quitarle el espacio de socialización a los chicos en la secundaria.
El otro punto central es ver en qué consiste la tarea. No tengo ninguna duda de que la mayoría de los casos la tarea que se les encomienda es una repetición de actividades ya realizadas, pero… ¿para qué sirve hacer esto? Salvo que creamos que la “repetición contribuye a la fijación” (principioconductista que se supone más que erradicado de las prácticas pedagógicas”) darles a los chicos este tipo de actividades no tiene ningún valor formativo.
El otro gran bloque de tareas está compuesto por aquellas llamadas de “investigación” o de “desarrollo”. Aquí encontramos otra gran deformación de conceptos acerca de lo que se considera un proceso de investigación, que es banalizado y confundido permanentemente con una mera búsqueda de información de la que luego los docentes reniegan argumentando que los chicos solo saben “copiar y pegar”. Ahora: ¿les enseñamos realmente a investigar? Y lo peor es que en nombre de “la participación de los padres”, “la implicación en los procesos de aprendizaje de sus hijos”, etc. los ponemos a buscar cosas para “ayudarlos” a hacer la tarea”.
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