Nos pone deberes Europa, nos pone deberes el Gobierno, nos pone deberes el fisioterapeuta, nos pone deberes el jefe, nos pone deberes el suegro, nos pone deberes la agenda del ordenador y ahora resulta, a nuestra edad, en nuestros días libres, que también nos pone deberes el profesor de Cono.
Yo creo que los padres, antes que ir a solicitar una partida de nacimiento al registro, deberíamos ir a la papelería a pedir un cuaderno de caligrafía de Rubio. Más que nada para hacernos a la idea de que lo importante no va a ser cómo le pongas al bebé (Teodoro o Jennifer), sino si se va a salir de los renglones al hacer el rabito de la o.
Que los sábados ya no son lo que eran lo empieza a saber uno cuando tiene a un hijo en edad escolar y te viene el viernes por la tarde arrastrando la cartera. Porque el problema no es que el saber ocupe lugar, sino que pesa lo suyo. «¿Traes muchos o pocos?», le preguntas, como si hubiera ido a níscalos en vez de a Matemáticas. Y dependiendo de la respuesta ya sabes si el fin de semana va a haber tomate o empanada. Las mujeres y los niños primero, no. Primero los deberes. Y luego ya veremos.
Yo he visto cosas que vosotros no creerías, que diría el replicante Roy Batty en Blade Runner. A una vecina haciendo un disfraz de gota de lluvia más allá de las dos de la madrugada. He visto a padres brillar en la oscuridad, encendidos, después de ver un burro con uve. A los dos de los nervios, de tanto repasar junto a él, sabiéndose mejor la lección de anatomía que el propio hijo.
Los deberes tienen la culpa de todo. De lo bueno, dicen (y yo lo suscribo). Pero también de lo malo. Si no vas a la casa rural con los amigos, es porque está con los deberes. Si el mejor día de la semana ha dejado de ser el sábado es por los deberes. Si hay mal rollo en casa en un día de sol imponente es por los deberes. Si no da tiempo para nada es por los deberes. Si el adolescente no tiene novia es por los deberes. Y si la tiene también, porque entonces es que el chico sabe latín.
Uno viene observando que a los niños les hablan mucho de los deberes pero poco de los derechos. Y así nos va, que pasamos más tiempo con la cabeza hacia abajo, contestando, que con la cabeza hacia arriba, lanzando preguntas.
La cuadrícula, la falsilla, el no salirse, hacerlo exactamente igual que te pone en el libro, copiar lo que hay, pintar el círculo en los colores que te dicen. Llevamos tanto tiempo haciendo deberes que ya no nos acordamos de cuando no los hacíamos, la Arcadia que era llegar por la tarde y aprender abajo, del dictado de la calle, ustedes ya saben.
Qué quieren que les diga. Yo a los míos los quiero con algún renglón torcido, la letra de hormiga, no acertando siempre, apartando un rato esas tareas porque tienen otras, inventando soluciones que no cuadran pero hacen reír, escribiendo al margen de vez en cuando. Lejos del dogal de las sumas con llevadas. Y con menos deberes, Jaime, con menos deberes, hágame usted ese favor.
Fuente del artículo: www.elmundo.es