1. Centrada en los estudiantes y en su desarrollo integral.
El conocimiento surge desde edades tempranas a partir de la exploración de lo que nos rodea. Así que los estudiantes son portadores de conocimientos y experiencias, y llegan a la escuela con todo un mundo de significados e intereses construidos en la interacción con su entorno.
Por eso queremos una escuela donde nuestro alumnado se sienta escuchado, querido y respetado; con ganas de conocer, investigar y compartir esos intereses y experiencias. Una escuela para la vida, donde los niños y las niñas sean felices como personas que colaboran en el desarrollo de su comunidad. Una escuela preocupada por cómo aprenden los estudiantes para ofrecerles los medios más adecuados (teniendo en cuenta las aportaciones de la investigación educativa). Una escuela abierta a la diversidad, en la que la singularidad sea considerada y reconocida como un valor y la diferencia sea una oportunidad. Compensadora de desigualdades, en la que cada niño y cada niña tengan posibilidad de desarrollar sus propias capacidades. Una escuela que sea un hervidero creativo, artístico y de conocimiento.
Reclamamos, en definitiva, una escuela abierta al entorno y centrada en la formación de ciudadanos críticos, activos y comprometidos con su medio, en el marco de unos valores humanos irrenunciables para una sociedad plural y democrática.
2. Con contenidos vinculados a problemáticas relevantes de nuestro mundo.
Los contenidos trabajados en la escuela tienen que responder a las necesidades de los estudiantes, deben servir para construir respuestas a los problemas de la realidad que les ha tocado vivir y, en consecuencia, ser útiles para la compresión del mundo. En este sentido, los contenidos no pueden permanecer al margen de los problemas sociales y ambientales relevantes y por tanto deben contribuir al compromiso social y a la construcción de una ciudadanía planetaria responsable.
Estos contenidos deben ofrecer diferentes perspectivas sobre las cuestiones trabajadas, de forma que permitan a los alumnos superar dogmatismos y construir sus propias respuestas a los problemas en interacción con los conocimientos más formalizados que se les aporten. Es decir, deben favorecer una relativización y democratización del conocimiento que supere el tradicional absolutismo presente en la cultura escolar. Ello implica admitir la construcción de los contenidos como un proceso, contemplando la existencia de formulaciones intermedias, con diferente grado de complejidad, como camino hacia la construcción de un conocimiento deseable. En ese sentido, habría que dejar de catalogar como “error” todo aquello que no se corresponda con la referencia del conocimiento científico. Asimismo, es necesario distinguir entre lo fundamental y lo accesorio, de forma que se pueda dedicar más tiempo a los contenidos de mayor potencialidad educativa.
Para construir respuestas a los problemas de la realidad, hay que ayudar a los estudiantes a integrar saberes procedentes de diferentes disciplinas científicas, superando la separación de las mismas, así como otros saberes que provengan de ámbitos del conocimiento menos formalizados.
3. Con metodologías investigativas que promuevan aprendizajes concretos y funcionales, al mismo tiempo que la capacidad de aprender a aprender.
Los estudiantes ya tienen conocimientos sobre los contenidos que van a ser objeto de enseñanza. La escuela tiene que aprovechar esta realidad y provocar que las niñas y niños vayan cuestionando esos conocimientos y planteándose problemas sobre ellos, aprendiendo a opinar con libertad y autonomía. Así aproximaremos los asuntos que se tratan en la escuela a los que son realmente importantes en la vida, evitando que se produzca el desapego (cuando no rechazo) que los estudiantes sienten con frecuencia hacia la escuela, para conseguir que el esfuerzo necesario para aprender no sea absurdo sino que tenga pleno sentido.
En coherencia con esto, defendemos un modelo didáctico basado en la idea de “investigación escolar” (una investigación diferente de la científica, pero no reductible a la mera exploración cotidiana), que nos permita el aprendizaje de los estudiantes trabajando en torno a problemas sociales y ambientales relevantes. Esta investigación se corresponde con la manera “natural” de aprender y se fundamenta en la motivación intrínseca de querer saber, valorándose más el proceso de aprender que el resultado de lo aprendido.
Para ello es imprescindible la figura de un docente capaz de promover el crecimiento de las personas, creando las condiciones para que maduren la autenticidad, la inteligencia, la creatividad, la conciencia, en definitiva, el auténtico conocimiento. Un docente que sea un agente que también investiga y aprende, en colaboración con sus alumnos y en conexión con la realidad.
4. Con recursos modernos y variados y que utilice de forma inteligente y crítica los medios tecnológicos.
Queremos una escuela que utilice recursos didácticos y organizativos actuales y variados, que garanticen una diversidad de acceso a la información y al conocimiento. Esta diversidad nos permitirá ofrecer un conocimiento más integrador y más plural, favoreciendo la democratización del saber y un acceso más equitativo al mismo.
En todo caso, los recursos no deben constituir un fin en sí mismos sino que han de estar al servicio de una metodología investigadora y crítica. Deben transmitir implícitamente el mensaje de que el conocimiento no es algo inmutable sino que está en continuo proceso de cambio. Deben favorecer el trabajo en equipo y ayudar a que los estudiantes aprendan a desarrollar actitudes de ayuda, cooperación, empatía, etc.,
Los recursos han de ser accesibles y estar al alcance de las posibilidades e intereses de los alumnos. No tienen que pertenecer exclusivamente al centro educativo, sino que pueden ser los que la comunidad nos ofrece (centros cívicos, bibliotecas, polideportivos…), y los recursos naturales del entorno.
Nuestros estudiantes han de ser capaces de utilizar funcionalmente estos medios (libros, revistas, vídeos y documentales, internet…), compartiendo e intercambiando el volumen de información al que tienen acceso. Resulta mucho más útil y necesario aprender a encontrar, comprender y seleccionar de forma crítica la información que emplear el tiempo memorizando datos. En ese sentido, la escuela debe ser un lugar de intercambio, donde alumnado y profesorado aprendan juntos a emplear los distintos medios tecnológicos para construir un conocimiento mejor.
5. Con formas de evaluación formativas y participativas que abarquen a todos los implicados.
Desde la escuela que queremos entendemos la evaluación como un medio en los procesos de mejora educativa. Ello implica considerarla parte del proceso de planificación de la enseñanza y del aprendizaje, integrando los diferentes elementos y agentes que en él intervienen.
Pretendemos una evaluación que, partiendo de la singularidad y necesidades de cada estudiante, sea una herramienta para conocer su evolución, sus logros, sus dificultades, así como para analizar el papel del profesorado, la idoneidad de sus propuestas didácticas, y también el funcionamiento de los centros escolares y de la administración.
La implicación del alumnado es indispensable para que la actividad evaluadora constituya una reflexión constructiva de su evolución y desarrollo personal, incardinada en un proceso de aprendizaje comprensivo, reflexivo, práctico y no puramente memorístico. Una evaluación que permita que las personas sigan aprendiendo a lo largo de toda su vida, con posibilidades de reincorporarse a las diferentes etapas del sistema educativo.
Optamos, por tanto, por instrumentos y estrategias que favorezcan una evaluación formativa, alejada de exámenes que inducen simplemente a la memorización y de pruebas externas que homogeneizan los procesos de enseñanza y dificultan la igualdad de oportunidades.
Fuente: http://laeducacionquenosune.org