Muchos defensores de la igualdad de género promueven un mayor acceso de las mujeres a las oportunidades de trabajo y a la política. Pero a menudo no tienen en cuenta un factor estructural de la desigualdad: la abrumadora carga de trabajo no remunerado en los hogares y en las comunidades de todo el mundo.

En las discusiones, que se llevan a cabo en el seno de las Naciones Unidas, sobre una agenda de desarrollo mundial que pueda suceder en el 2015 a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), pareciera existir acuerdo en que la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres debieran ser componentes esenciales de la nueva agenda.

Existe una amplia evidencia de que en los países donde se ha logrado una mayor igualdad de género en el empleo y en la educación, existen también índices más altos de desarrollo humano y crecimiento económico. Asimismo, existe consenso en que el empoderamiento de las mujeres es esencial para reducir la pobreza y mejorar los resultados en materia de salud pública.

Muchos defensores de la igualdad de género promueven la inclusión de objetivos relativos a un mayor acceso de las mujeres a las oportunidades de trabajo y la iniciativa empresarial, así como un aumento en la participación política de las mujeres. Sin perjuicio, de que estos son objetivos loables que debieran incluirse, con frecuencia estas iniciativas no tienen en cuenta un factor estructural de la desigualdad de género: la abrumadora carga de trabajo no remunerado que asumen las mujeres en los hogares y en las comunidades de todo el mundo.

Se trata del trabajo que realizan cocinando, limpiando y cuidando a los otros, y que en muchos países en desarrollo, incluye también el recoger agua y combustible para el consumo del hogar. Este tipo de trabajo, que es uno de los pilares de nuestras sociedades, les demanda una enorme cantidad de tiempo. En África subsahariana, por ejemplo, las mujeres y las niñas dedican 40 mil millones de horas al año a recoger agua, esto es el equivalente a un año de trabajo de toda la fuerza laboral de Francia.

Esta desigual distribución del trabajo de cuidado es consecuencia de los fuertes estereotipos de género que aún persistentes en nuestras sociedades y representa un enorme obstáculo para lograr igualdad de género y para que exista igualdad de condiciones entre los hombres y las mujeres en el disfrute de los derechos, tales como el derecho al trabajo decente, el derecho a la educación, el derecho a la salud y el derecho a participar en la vida pública.

El trabajo de cuidado no remunerado a menudo impide que las mujeres puedan buscar un trabajo fuera del hogar. Por ejemplo, un estudio en América Latina y el Caribe mostró que más de la mitad de las mujeres de entre 20-24 años no buscan trabajo fuera del hogar debido a la carga de trabajo que tienen con las tareas domésticas. Asimismo, cuando las mujeres tienen acceso a un trabajo remunerado, éste puede no ser suficiente para empoderarlas si continúan siendo las principales responsables de las tareas de cuidado, lo que significan que en la práctica, realizan un “segundo turno laboral” en sus casas después de terminada su jornada laboral remunerada.

La desproporcionada carga de trabajo de cuidado también limita las oportunidades de las mujeres para avanzar profesionalmente así como su nivel salarial y aumenta las probabilidades de que las mujeres terminen en un trabajo precario e informal.

Los estereotipos de género que sitúan a las mujeres como únicas responsables de las tareas de cuidado también impactan negativamente en los hombres, quienes sufren la presión social de tener que ser los “proveedores”, proporcionando a su familia financieramente en lugar de cuidar de ellos más directamente.

El derecho de las niñas a la educación también se ve perjudicado. En los casos más extremos, las niñas son obligadas a dejar la escuela para ayudar con las tareas domésticas, el cuidado de los niños más pequeños u otros miembros de la familia. Con frecuencia, las niñas ven limitadas sus opciones de lograr igualdad en la educación debido a que sus responsabilidades domésticas les dejan menos tiempo que los varones para estudiar, establecer redes o realizar actividades extracurriculares. Sin igualdad de oportunidades educativas, las mujeres y las niñas se ven impedidas de acceder a trabajos remunerados, empleos decentes, que les permitan escapar de la pobreza.

En última instancia, la distribución desigual del trabajo de cuidado socava los esfuerzos para el desarrollo. Las mujeres que viven en situación de pobreza no tienen acceso a la tecnología que podría aliviar su trabajo y a menudo viven en lugares que no cuentan con una infraestructura adecuada, tales como agua corriente o electricidad. Por consiguiente, su trabajo de cuidado no remunerado es especialmente intenso y difícil.

La falta de tiempo también afecta el empoderamiento político y social de la mujer. ¿Cómo se puede esperar que las mujeres asistan a reuniones comunitarias o de formación de liderazgo si no hay nadie más para cuidar de sus hijos o a sus familiares enfermos en casa?

El cuidado es un bien social positivo e insustituible, es la columna vertebral de todas las sociedades. Proporcionar cuidado puede traer grandes recompensas y satisfacciones. Sin embargo, para millones de mujeres en todo el mundo, la pobreza es su única recompensa por una vida dedicada al cuidado de los otros.

El trabajo de cuidado no remunerado es el eslabón que falta en los debates sobre empoderamiento, derechos de las mujeres e igualdad de género. Si no se toman acciones concretas para reconocer, apoyar y compartir el trabajo de cuidado no remunerado, las mujeres que viven en situación de pobreza no podrán disfrutar de sus derechos humanos ni de los beneficios del desarrollo. Se debe reconocer que esta distribución desigual no es natural, es evitable y trae consecuencias negativas para nuestras sociedades.

Avanzar en el tema de cuidado requiere un cambio cultural a largo plazo. Sin embargo, la agenda de desarrollo post 2015 puede hacer una contribución importante si reconoce el trabajo de cuidado como una responsabilidad social y colectiva, como un tema importante de derechos humanos, y como un elemento esencial para la reducción de la pobreza a nivel mundial.

Los Estados y los demás actores de desarrollo deben tomar medidas concretas para reducir y redistribuir la carga del trabajo de cuidado de las mujeres, tales como mejorar los servicios públicos y la infraestructura en las zonas más desfavorecidas, invertir en tecnologías de uso doméstico asequibles, proporcionar prestaciones de apoyo tales como servicios de cuidado infantil (guarderías y salas cunas) y establecer incentivos para que los hombres tomen un rol más activo en las tareas de cuidado.

En nuestros esfuerzos para lograr un desarrollo equitativo y sostenible, no podemos apartar la mirada de las mujeres en la cocina, junto a la cama de los enfermos, y en el pozo de agua. Por el contrario, hoy más que nunca nuestro avance depende de reconocer, reducir y redistribuir el trabajo de cuidado no remunerado. La formulación de la nueva agenda de desarrollo post-2015 es un buen lugar para empezar.

John Hendra, Director Ejecutivo Adjunto de ONU Mujeres y Magdalena Sepúlveda Carmona, Relatora Especial sobre la extrema pobreza y los derechos humanos

Fuente de la noticia: El País