El feminismo tiene algo más de tres siglos de historia. Nace con y por la Ilustración, aunque ésta no lo previese . Durante su historia, ha conocido etapas muy fructíferas y momentos de declive causados por las reacciones patriarcales. Reacciones que han surgido después de cada periodo u ola en el que se ha conseguido avanzar en la agenda feminista, esto es, en objetivos éticos, legales y políticos necesarios para asegurar la igualdad entre los dos sexos.
El feminismo, como argumenta la filósofa Alicia Miyares, ha avanzado casi siempre sin aliados y sufriendo traiciones desde otras teorías políticas, aun cuando éstas –el liberalismo y el socialismo– se encontraran enfrentadas entre sí. Ambas, sin embargo, han hallado un punto de unión en considerar las vindicaciones feministas, en el mejor de los casos, cuestión secundaria.
Tres siglos de avance en solitario acreditan al feminismo como una de las teorías y prácticas políticas con mayor potencial transformador (e incluso creo que se puede decir abiertamente “revolucionario”) y con gran capacidad de resistencia ante las contrarreformas patriarcales. El feminismo es una teoría sólida de emancipación de éxito evidente: las sociedades que lo asumen son mucho más justas.
La solidez del feminismo proviene de la Filosofía; de la lucha contra el prejuicio, del ejercicio de la razón, de la vindicación ética, de la confrontación dialéctica razonada y crítica que permite reconocer e impugnar al patriarcado en tanto que sistema de dominación que oprime a las mujeres en función de su sexo, esto es, por el mismo hecho de ser mujeres. Su fuerza reside en la revisión constante de sí (pero revisión que no es escéptica, ni relativista ni puede exigir una enmienda constante a lo que se ha establecido como bueno y justo tras ser ya sometido a análisis racional). Reside en su coherencia argumentativa, en la claridad y ambición de su agenda y que sus mimbres han sido elaborados a partir de concepciones ético políticas fuertes: esto es, la búsqueda de la igualdad, la dignidad y el bien común.
Que sus raíces teóricas sean tan profundas posibilita determinar sus objetivos, es decir, el horizonte al que se dirige y, por tanto, permite afirmar con cierta seguridad qué es feminismo y qué no lo es. Lo que no lo es se puede presentar enfrentándose al mismo de forma evidente si surge de adversarios sin máscara (fundamentalismos, fascismo, conservadurismo…) o de modo solapado, con una apariencia progresista y un fondo profundamente regresivo.
El patriarcado se detecta muy bien cuando se sirve del fundamentalismo, del fascismo o del conservadurismo, por ejemplo, pero muy mal cuando adquiere caras más “amables” de modo estratégico. Actualmente, estamos viendo que si bien no faltan amenazas ultraconservadoras directas y preocupantes, no lo son menos (incluso a mí me parecen más preocupantes) las que aparecen como caballos de Troya .
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