Después de llegar a la cima hay que mantenerse. Desde aquel histórico 8M de 2018, cuando España vivió su primera huelga feminista, el feminismo ha estado alto, mucho, tanto como para revalidar su éxito en 2019. Este 8M no hay huelga estatalconvocada, pero sí movilizaciones con las que el movimiento quiere consolidarse en la calle y lograr demandas concretas. En estos dos años, sociedad y política se han contagiado de este fenómeno con consecuencias muy dispares: la ruptura del silencio alrededor de la violencia sexual, las demandas de paridad en todos los espacios, la socialización en el feminismo de generaciones muy jóvenes y la llegada de otras más mayores que antes tuvieron miedo de denominarse como tal. Pero también la irrupción de la extrema derecha en las instituciones y la ruptura del consenso sobre la violencia de género. Quizá por eso, este 8M busca más que nunca que su potencia se transforme en políticas concretas que eviten los retrocesos y permitan avanzar en una igualdad efectiva.
Este 8M el feminismo ha apostado por la descentralización, territorial y de fecha. Por un lado, para mostrar que, más allá de las manifestaciones en las grandes ciudades, la protesta tiene que extenderse a todos los rincones de formas diversas. Sin una convocatoria estatal, cada territorio ha decidido qué hacer este domingo: en algunos como Andalucía, Catalunya o Murcia sí se optó por la huelga. Así que este 8M, ciudades y pueblos viven ‘performance’, comidas populares, micrófonos abiertos, lecturas de manifiestos y el punto fuerte: manifestaciones que en algunos lugares se celebran por la mañana y, en otros, por la tarde. Ir más allá del 8M ha sido otra de las consignas y por eso las acciones han sido constantes desde hace un mes.
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