Agustín Moreno y Julio Rogero, profesores y miembros del Foro de Sevilla
“¡Sin planeta, no hay futuro!”, “¡Ni un grado más, ni una especie menos!”, eran algunos de los gritos de miles de jóvenes que llenaban las plazas en la huelga estudiantil del 15 de marzo. La Humanidad está en una encrucijada medioambiental estratégica: el cambio climático, el agotamiento de los recursos y el deterioro de las condiciones de vida en la Tierra, es algo que afecta ya a la generación actual y no solo a las futuras.
Aquellos que están dispuestos a seguir colocando al planeta al borde del abismo por su codicia son enemigos muy poderosos. Recientemente se conocía que el cártel del petróleo estaba invirtiendo más de 1.000 millones de dólares para bloquear medidas contra el cambio climático y obstruir el cumplimiento de los objetivos de los Acuerdos de París. Es decir, para mantener o expandir el calentamiento global, con las consiguientes consecuencias catastróficas.
Cada día es más fuerte el movimiento que propone una respuesta radical a esta situación de colapso más que previsible. La propia juventud europea y mundial está tomando conciencia de esta realidad y ha surgido un movimiento de lucha contra el cambio climático, con huelgas y manifestaciones en diferentes países europeos y del mundo. En España se expresó el 15 de marzo con una huelga estudiantil de amplio seguimiento que nos marca el camino a seguir.
La escuela y la educación han jugado un papel importante haciendo que nos sintamos ajenos a lo que vivimos y a la naturaleza. Sigue, hasta hoy, proponiendo un currículo que nos sitúa por encima de la vida, en lugar de educarnos como cuidadores de ella. Hay organizaciones ecologistas y de renovación pedagógica que analizan los currículos escolares y nos muestran la lejanía y la ausencia de una mínima conciencia ecosocial en ellos. Se ha seguido defendiendo que el crecimiento económico y la explotación de los recursos naturales son algo ilimitado, que podemos consumir sin límites. No pone la vida y su cuidado en el centro.
Ante esta situación de emergencia social y ecológica, el sistema educativo no puede permanecer ajeno al deterioro ambiental que amenaza la vida y nuestras condiciones en las que se desarrolla. Los currículos, las prácticas educativas e incluso las infraestructuras escolares viven de espaldas a los problemas de insostenibilidad estructural. Hoy es necesaria una rebelión ecosocial en la educación para salir de un sistema educativo agotado y abducido por los resultados de las evaluaciones, los estándares y las rúbricas. Es necesario modificar la relación de los seres humanos con el territorio. Es imprescindible entender y desarrollar las implicaciones centrales de la sostenibilidad en la escuela. En palabras de José Domínguez, “la educación básica debe crear un clima ecoeducativo adecuado, para que todos los educandos adquieran una conciencia ecológica ético-crítica, científicamente bien informada… La educación básica debe capacitar a los ciudadanos y ciudadanas para llevar a cabo una transición acelerada del modo capitalista de producción y consumo neoliberal, que es esencialmente antihumanista, antiecologista y antidemocrático, a un modo de producción y de consumo ecohumanista, ecologista y democrático”.
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