El italiano Francesco Tonucci (Fano, 1940) es uno de los referentes del pensamiento psicopedagógico que escribe sus propuestas a contracorriente de las grandes mareas de opinión. En la charla que, dentro de la programación del CLUB FARO, ofreció este lunes en el Auditorio del Centro Social Afundación, abordó una de sus apuestas más celebradas: la defensa de una nueva filosofía en el gobierno de la ciudad en la que los niños se consideren parámetro y garantía de las necesidades de todos los que la habitan.
-¿Cómo se define la infancia desde el punto de vista dominante?
-La infancia hoy se define por la sobreprotección. Se convirtió en una rareza y no solo en términos numéricos. Hay como una esquizofrenia, una contradicción en el desarrollo infantil porque, mientras existe una accesibilidad precoz a medios y tecnologías, que dan a los niños cada vez más facilidades para aprender y comunicarse, se les niega su autonomía para jugar, salir a la calle, vivir a escondidas de los adultos… Es decir, se les niegan las experiencias básicas sobre las que se construyen los cimientos que permiten adquirir competencias o tener relaciones sociales.
–Usted, sin embargo, defiende una sociedad en la que los niños tengan voz propia y no la que le quieren imponer los adultos. ¿Por dónde empezamos?
-A los niños hay que dejarlos hablar, primero, porque lo merecen. Grandes científicos del siglo pasado que estudiaron el desarrollo infantil, como Piaget, Vigotsky o Brunner, nos ayudaron a entender que la edad más importante en la vida es la primera. Es entonces cuando hay que promover el mayor trabajo cognitivo posible y eso implica también dejarlos hablar. Pero, además, porque su palabra es valiosa.
Después de 25 años escuchándolos en proyectos como el de los consejos de niños en varias ciudades del mundo, sabemos que sus propuestas son muy parecidas a las de los científicos e igual de distintas a las soluciones propuestas normalmente por los políticos. Por eso escuchar a los niños es incómodo. Si se tiene en cuenta lo que nos dicen, hay que promover cambios y estos implican siempre abrir conflictos con los adultos, que son los que votan.
-Es decir, para que el niño tenga derecho a decir necesariamente el adulto tiene que ejercer su deber de escuchar…
-Claro, pero en esta lucha por su autonomía solo tenemos a los propios niños como aliados. Aunque a favor de lo que digo está la Convención sobre los Derechos de los Niños, que establece que estos tienen derecho a expresar su opinión cada vez que se tomen decisiones que los afecten y que esta debe tenerse en cuenta, esto no sucede. En lo relacionado con las ciudades, por ejemplo, tenemos en contra tanto la familias, que temen a la calles, porque las consideran peligrosas, como a las propias urbes, más pensadas para los coches que para las personas.
Por eso hay que cambiar la forma de pensar de los adultos. A ese respecto, si nos centramos en cómo se hace ciudad, soy un propagandista de lo que sucede en Pontevedra porque cree en la idea de devolver la ciudad a la gente, que debería ser el principal compromiso de un político. No hay que olvidar que devolver significa que la ciudad ya fue una vez de su gente pero que ya no lo es ahora.
-¿Cuándo dejaron de ser las calles espacios para compartir?
-A partir de la reconstrucción de las ciudades después de la Segunda Guerra Mundial. Su rediseño se planteó desde las necesidades y pretensiones del hombre adulto trabajador, el ciudadano prototipo, y no desde las de todo el mundo. La consecuencia es que hoy las ciudades están más pensadas para los vehículos que para las personas. Son los espacios públicos los que permiten vivir la ciudad, sobre todo a las categorías sociales más débiles como los niños, los ancianos o los minusválidos, pero la gran mayoría de ellas prácticamente renuncian a tenerlos. Estudios de asociaciones italianas de medio ambiente demuestran que más del 80% del espacio público de las ciudades está privatizado por la presencia, en movimiento o en aparcamientos, de los coches.
-Y mientras, nos encerramos en nuestras casas en soledad…
-La gente utiliza el espacio público cuando se le devuelve. Si pasea por Pontevedra ve muchísimas personas en la calle: niños jugando en las aceras, ancianos paseando en las plazas…La elección clave es con quién se posiciona el poder político. Si está con la gente, desaparecen los coches y sin necesidad de ninguna prohibición, además. Solo favoreciendo una movilidad distinta. Por eso, como trataré en la conferencia del próximo lunes, hay que hay que aprender a valorar una ciudad por lo que deja, es decir, por lo que permite hacer a sus ciudadanos y no tanto por los servicios que ofrece.
– Aunque, como Pontevedra, otras ciudades se animaron a adoptar muchas de sus ideas a sus planes de gestión escucha con frecuencia que sus propuestas son dificilmente realizables.
-Sí, y por eso insisto en que el mérito de Pontevedra es hacer visible que estas ideas, que muchas veces se descalifican como utópicas, no solo son posibles sino que son bien recibidas por la gente. Muchos alcaldes me dicen: «si hago lo que propone, me dejan de votar». Sin embargo, yo creo que si se toma una decisión valiente, porque supone un cambio, pero luego se defiende de modo coherente, va a merecer la pena. Si en la ciudad se vive mejor, la gente que no es tonta, lo va a saber valorar. La primacía del consenso en la política es como da del mercado en la educación: dificulta que se persiga el bienestar de las personas.
-Una de las formas que usted propone en este sentido es que los niños decidan sobre lo que sucede en su entorno, pues cree que piensan más en las necesidades colectivas que en las propias. ¿Por qué? ¿Perdemos empatía a medida que crecemos?
–Los niños no están impregnados de las prisas, de los intereses privados, de la competencia contra el otro? de los vicios que sostienen los modelos culturales de los adultos. Estos valores están bastante alejados de la primera etapa de la infancia, por lo que los niños tienen una mayor libertad de pensamiento y pueden hacer propuestas más abiertas.
Fuente: www.farodevigo.es