Es la hora del recreo y Marcos entra el último a una sala pequeña de reuniones. Dentro está Diego, a un lado de la mesa. Al otro, Pepa y Marta. Todos son alumnos del instituto público Juan de la Cierva (Madrid) y esto es una reunión de conciliación para resolver un conflicto entre las chicas. No hay profes ni tampoco interviene la dirección ni el jefe de estudios. Lo que pasa en la sala, se queda en la sala. Marta se siente aislada y criticada por haber empezado a salir con un chico con el que estuvo Pepa y ha acudido a sus compañeros para intentar arreglarlo.

La historia de Pepa y Marta no es real. La interpretan Semilly y Ana, dos mediadoras de 16 años, para ilustrar su labor. Pero casos de este estilo son los que atienden junto a otros 80 estudiantes que dedican su tiempo libre a ayudar a sus compañeros y compañeras a prevenir que un roce termine en acoso escolar. Otros 95, los más pequeños, lo hacen como ayudantes o aprendices.

Suelen hacerlo en los recreos porque no tienen horas designadas para esta tarea, de la misma manera que los 12 profesores que coordinan el proyecto, montado hace seis años «sin dotación y con mucha voluntad», dice Amando, el coordinador. Hoy siguen igual, aunque con aún  menos recursos: el instituto ha perdido con los recortes una orientadora y una profesora técnica de servicios a la comunidad (PTSC), dos figuras que se ocupan de la convivencia. «Las cosas salen porque creemos en ellas pero a veces nos sentimos solos. Agradeceríamos más cooperación, más apoyo institucional», sostiene el profesor.

En Madrid solo el 15% de los institutos públicos sigue teniendo PTSC a jornada completa, según datos de CCOO. En muchas comunidades autónomas ni siquiera forman parte del cupo de plantilla lo que les ha convertido en carne de cañón de los recortes. Los docentes que no tienen carga lectiva han sido los primeros en caer, denuncia la Asociación Madrileña de PTSC. En algunas regiones estos profesionales están vinculados total o parcialmente al presupuesto para atención a la diversidad,  reducido a mínimos desde 2014 y todavía en caída.

En el Juan de la Cierva el proyecto de mediación surgió antes que eso. Los dos orientadores que había entonces se tiraron a la piscina y lo pusieron en marcha con muy pocos alumnos. Los años de experiencia lo han convertido en un método consolidado, con formación prestada de estudiantes a estudiantes y un registro del número de casos que atienden, unos 50 al curso. Ahora, dicen, tienen seis o siete abiertos. En el centro hay 1.100 alumnos y alumnas, más otros 900 de Formación Profesional.

¿A quién confiarías un secreto?

«No vamos a acabar con los conflictos en un espacio minúsculo como este, pero los detectamos e intentamos resolverlos con diálogo. Los chavales ya tienen identificado a quién tienen que acudir para hacerlo. Y eso les genera seguridad y confianza», cuenta Amando. Marcos, de 17 años, está sentado en la misma mesa y asiente. Se hizo mediador porque sus compañeros de clase pusieron su nombre en un papel cuando les preguntaron a quién confiarían un secreto.

Con esta pequeña encuesta se hace la primera selección de ayudantes en 1º de la ESO, aunque también pueden sumarse otros que deseen participar. «Hay mediadores que fueron mediados como agresores y ahora están del otro lado», subraya, orgulloso, Amando. Lo de Marcos fue casualidad pero dice que ese aprendizaje lo aplica también a los choques entre sus amigos de fuera. «Me ha implicado mucho y me gusta. Desde pequeño quería ser arquitecto pero esto me ha cambiado la perspectiva y me apetece estudiar Trabajo Social», explica.

Diego, de la misma edad, también lleva unos años mediando. «Me he encontrado situaciones complicadas. Normalmente compañeros que llegan a la primera reunión y dicen que no han hecho nada, que lo niegan todo porque les da mucho miedo el castigo y temen la sanción. Por eso siempre les recordamos que lo que hablamos es confidencial, que pueden confiar en nosotros y que no estamos aquí para poner sanciones», detalla. Los que denuncian la situación, añade, «suelen tener dificultades para abrirse y contar, por eso trabajamos mucho rato en crear el ambiente de confianza».

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