Ni asignaturas, ni exámenes, ni notas. La santa trinidad de la educación tradicional salta por los aires en un número creciente de escuelas. Aún son minoría, pero estos centros ponen sobre el tapete la necesidad de dar la vuelta a un sistema que muchos consideran obsoleto.
Lo de eliminar horarios y exámenes, al menos parcialmente, es la parte más llamativa de estas iniciativas. En realidad, se trata de una pieza más dentro de un cambio profundo, sistémico, que intenta responder a una pregunta fundamental: ¿Cómo ha de ser la escuela del siglo XXI?
Del tema se habló ampliamente en Barcelona a principio de mes, durante la celebración del ITworldEdu, un certamen sobre innovación educativa ligada a la tecnología. Allí, Richard Gerver, profesor británico que asesora a varios gobiernos en materia de educación, hizo un llamamiento a derribar los muros de la escuela del siglo XIX, la que, según él, todavía predomina en cualquier país del mundo. Colegios en los que sigue sonando el timbre para que los niños cambien de materia o salgan al patio, «como en una fábrica». Es la educación de la sociedad industrial. «Pero ahora estamos en la sociedad del conocimiento, ¿o no era así?», planteaba Gerver.
Estas inquietudes están muy cerca, no sólo en boca de gurús internacionales y congresos. No hay más que pasarse por las jornadas de puertas abiertas de escuelas e institutos estos días. Se vio, por ejemplo, en las sesiones informativas de la escuela pública El Martinet de Ripollet (Vallès Occidental), el mes pasado. Muchos padres quedaron sorprendidos al descubrir que allí no existen horarios ni «la clase de matemáticas, la de lengua o la de inglés», sino que los contenidos se aprenden de forma transversal en torno a un centro de interés o proyecto -la Luna, la historia del tiempo, el número pi…-; que los alumnos no realizan exámenes al uso, sino que están sometidos a una evaluación continua, y que, por lo tanto, los padres tampoco reciben calificaciones numéricas de sus hijos, sino un informe sobre lo que el alumno ha aprendido y lo que no.
El caso más notorio de esta «nueva educación» estos días es el de las escuelas Jesuitas de Catalunya, un proyecto que ha captado la atención del sector educativo del país. Bajo el nombre de «Horizonte 2020«, los ocho centros que integran la red se han embarcado en un cambio radical. Aparte de eliminar horarios y asignaturas, han modificado el espacio de la escuela, han unido grupos de alumnos y profesores, han creado una nueva etapa intermedia que unifica los cursos de 5º y 6º de primaria con los de 1º y 2º de ESO… Este curso tres centros realizan una prueba piloto y en cinco años, los 13.000 alumnos de estas escuelas trabajarán con la nueva metodología.
Una transformación parecida ha emprendido la Escola Pia. Los veinte colegios que integran el grupo, con 20.000 alumnos, han preparado durante cuatro años una metamorfosis educativa que iniciarán el curso que viene en tres escuelas. Poco a poco la extenderán a todos sus centros.
En la red pública, cada vez más escuelas de primaria trabajan de una forma similar, aunque en la secundaria resulta más difícil encontrar iniciativas de este tipo. Una excepción: la red de institutos innovadores que coordina el Institut de Ciències de l’Educació de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB).
El Institut-Escola Les Vinyes (Castellbisbal) forma parte de esta red. En infantil y primaria todo el currículo se reparte entre «rincones, ambientes y proyectos». Los ambientes serían lo más parecido a una asignatura tradicional, explica Boris Mir, su jefe de estudios. Está el rincón de matemáticas, de lengua… donde los alumnos adquieren conocimientos básicos. Luego, los ambientes imitan situaciones de la vida real, y en los proyectos los estudiantes elaboran trabajos en grupo.
En la secundaria, cada profesor imparte dos asignaturas y se crean equipos docentes encargados de cada uno de los cursos. La enseñanza se organiza en ciclos de entre tres y cuatro semanas: las dos primeras los alumnos tienen clases «más tradicionales», y luego realizan un trabajo globalizado, donde las diferentes disciplinas se funden para dar respuesta a una pregunta o desafío. ¿Se puede medir la belleza? ¿Quiénes somos? ¿Estamos realmente en el año 2015? ¿Qué desigualdades perduran? Son cuestiones que los alumnos han trabajado, y aquí se integran las lenguas, las matemáticas, la tecnología o la historia. Redactan documentos, buscan información, se organizan para crear una exposición, una revista o una producción audiovisual que responda a estas preguntas. «Esta metodología también nos permite trabajar habilidades sociales, la organización, la colaboración, la creatividad, la empatía… capacidades que la sociedad actual reclama y que la escuela tradicional no potencia lo suficiente», afirma Mir.
En la escuela jesuita Infant Jesús, de Barcelona, la clase de 5.º de primaria se ha organizado en grupos para elaborar una línea del tiempo, de la prehistoria a nuestros días. Las tres profesoras que están con los 50 alumnos explican el nacimiento de la antigua Grecia y Roma y aportan recursos de internet, los alumnos buscan información en catalán, castellano e inglés; realizan una línea del tiempo a escala, sitúan en un mapa interactivo ciudades y hechos históricos… «Así es divertido trabajar. El año pasado, con las asignaturas normales, todo era más aburrido», asegura un grupo de alumnas.
«Uno de los objetivos de nuestro cambio es luchar contra el absentismo emocional, niños que vienen a la escuela por obligación, pero que no disfrutan del hecho de aprender», relata el director del Infant Jesús, Joan Blasco. «En la vida no tenemos problemas de matemáticas, lengua o geografía, sino problemas en general, así que es lógico que la escuela funcione de forma interdisciplinar, y potenciando habilidades y actitudes más allá de los conocimientos académicos», añade el director general de la Escola Pia, Joan Vila.
La LOMCE va en el sentido contrario, con un currículo muy detallado de cada asignatura y poniendo el énfasis en las notas numéricas desde primaria. De todos modos, los profesores consultados consideran que las escuelas tienen margen de maniobra para seguir con sus proyectos pese a los currículos oficiales.
Eso sí, en los centros públicos reclaman más apoyo para llevar a cabo estas experiencias innovadoras, que en la red concertada suele ser más fácil de instaurar. «La innovación en las escuelas está tolerada, pero no apoyada», coinciden Boris Mir y Rosa Sardà, directora de Les Vinyes. Una de las principales dificultades que encuentran es la inestabilidad de la plantilla. «Sobre todo en la ESO; poder escoger el profesorado resulta fundamental para mantener estos proyectos», continúan.
El cambio en la escuela, defienden todos, se vuelve imperativo.