Cuando César Bona llega a clase cada miércoles, lo primero que pide a sus alumnos de quinto curso es que le escriban una historia surrealista. Él les da la frase de inicio -algo así como «la historia del larguirucho Don Puyuelo de la Cortada que saltó dentro de un pozo y encontró una piedra preciosa capaz de transformar…» o alguna otra cosa por el estilo- y los chicos han de continuar el relato. Esta es solo una de las muchas técnicas que utiliza Bona para estimular la creatividad de sus estudiantes. También les anima a elaborar sus propios cortometrajes (a escribir el guion, interpretarlos y grabarlos), a ejercer de abogados o mediadores con sus compañeros de clase, a opinar sobre las actividades que ocurren en la escuela y dentro del aula. «Y a investigar, a indagar por sus propios medios sobre cuestiones diversas», agrega el docente.
César Bona (Ainzón, Zaragoza, 1972) se convirtió hace unos días en el mejor profesor de España. O, más exactamente, en el único español que figura en la lista de 50 finalistas del Global Teacher Prize, un galardón internacional que reconoce la labor del profesorado y al que presentaron su candidatura más de 5.000 aspirantes de 127 países. El premio está dotado con un millón de dólares (unos 800.000 euros), lo que lo equipara, al menos en el aspecto económico, al Nobel. «Ser el único español es una responsabilidad, sí. Pero estoy convencido de que aquí hay un montón de profesores que hacen un gran trabajo innovador, anónimo y con pocos medios, y que podrían ser finalistas en lugar de mí», dice el maestro, que este año ha empezado a dar clases en el colegio Puerta de Sancho en Zaragoza.
POR QUÉ ÉL
Pero ¿qué ha hecho de particular César Bona? Uno de sus principales logros, dicen quienes han trabajado con él o quienes han podido conocer el resultado de sus actividades, es su empatía, su capacidad para conectar con los alumnos y detectar qué les falta y cómo se les puede incentivar. «De este modo, en todas las escuelas en las que ha estado ha conseguido sacar lo mejor de los estudiantes», destacaba, en el vÍdeo que se incluyó en la candidatura para el Global Teacher Prize, María Victoria Broto, exconsejera de Educación del Gobierno de Aragón.
En el 2007, por ejemplo, Bona llegó al colegio Fernando el Católico del Barrio Oliver, uno de los más desfavorecidos de la capital aragonesa, y se encontró con una clase de chavales de 10 años en la que había alumnos que todavía no sabían leer. «Era un grupo hetereogéneo, aunque con una mayoría de estudiantes de etnia gitana, y se me ocurrió que quizás ellos me podían enseñar algo a mí», cuenta. Y aprendió a tocar el cajón, instruido por sus alumnos. También organizó una obra de teatro con toda la clase, que logró reducir el absentismo y con la que los chicos, además de mejorar en comprensión lectora y expresión oral, ganaron -«y esto es lo importante», subraya el maestro- en autoestima.
El reconocimiento más allá de las fronteras del colegio (o del barrio) le llegó al año siguiente, cuando se hizo cargo de la escuela unitaria del pueblo de Bureta (Zaragoza), a la que asistían solo seis alumnos. En este caso, la estrategia para cohesionar al grupo -pequeño pero desavenido- fue un cortometraje de cine mudo, La importancia de llamarse Applewhite, que se ha proyectado en festivales de cine infantil de todo el mundo. La experiencia pedagógica ganó un premio del Ministerio de Educación.
Además de la creatividad, Bona intenta que sus alumnos «desarrollen el espíritu crítico y sepan plantear alternativas». Eso es lo que hizo en su siguiente destino, en la localidad de Muel (también en Zaragoza), donde la llegada al pueblo de un circo fue el desencadenante de un trabajo escolar que acabó convirtiéndose en una protectora de animales virtual, bautizada como El Cuarto Hocico. La iniciativa, recogida en un libro con el mismo nombre, tiene hoy alcance internacional –Children for Animals– y le supuso al maestro su segundo premio ministerial.
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