Las aulas españolas combaten la desigualdad de género desde la raíz. «Para ellos, las chicas son un producto, como los móviles», dice la socióloga Carmen Ruiz Repullo.
La profesora Leticia Secall da sus explicaciones ante una pintada en homenaje a Malala, Nobel de la Paz en 2014. ©PACO PAREDES EL PAÍS
El psicólogo César de la Hoz da una charla a 150 niños en un colegio de Salinas, un pueblo asturiano que se levanta frente al mar. Coloca imágenes de tres famosos: Cristiano Ronaldo, Albert Einstein y Barack Obama. Entonces una niña levanta la mano: «¿Por qué son todos hombres?». César de la Hoz ni lo había pensado. Pero una niña de seis años sí. Y su profesora, Leticia Secall, también. «No le di importancia», dice al acabar la charla. La niña de seis años, sin embargo, se la dio.
El colegio se llama Manuel Álvarez Iglesias y lleva desde 2010 promocionando la igualdad de género gracias a la profesora Secall. Hace cinco años ganó el Premio Nacional de Educación por un proyecto llamado ‘Genero(sa)mente’. Durante el curso se han proyectado, por ejemplo, montajes audiovisuales sobre las mujeres afganas y otro acerca de la tradición del vendaje de los pies a las niñas chinas, como símbolo de belleza y sumisión. Otro día, para dar a conocer el teléfono de ayuda a las víctimas de la violencia de género, los escolares se dibujaron unos a otros en la mano el número 016 para que esa información, explica Secall, llegase a todos los hogares. También hay en el colegio un libro de firmas contra el maltrato en el que cualquiera pueda dejar su testimonio, mensaje de apoyo o consejo.
1 de febrero de 2018. La ministra Dolors Montserrat hace balance del Pacto de Estado contra la Violencia de Género. Anuncia en cada colegio un «profesor de coeducación» que combata el machismo desde la raíz y promueva la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. El contexto -la violencia de género- no es inocente. Pero esa figura educativa, que ya funciona en Andalucía y Valencia, se enfrentará a un problema entre muchos: la diferente percepción que hay entre escolares sobre lo que es y no es machismo.
«¿A cuántas de vosotras os han tocado el culo sin permiso?», pregunta en una clase la socióloga Carmen Ruiz Repullo. Más de la mitad de las niñas levanta la mano. Pero no todas consideran que sea machismo: han interiorizado tantas conductas que les cuesta reconocerlas como lo que son. Ruiz Repullo es la autora del estudio Voces tras los datos: una mirada cualitativa a la violencia de género en adolescentes, encargado por el Instituto de la Mujer de la Junta de Andalucía. «Se asientan mitos entre chicos, y uno de esos mitos es que hay dos tipos de chicas: las putas y las decentes. Unas son para una cosa y otras para otra. Porque son un producto, como los móviles o la tablet».
El estudio de la Junta recoge experiencias de decenas de chicas violentadas física o verbalmente por sus parejas con un patrón común: los celos, la posesión. La imposibilidad de muchas de ellas de dejar a su pareja por estar «enchochaísima», como reconoce una chica de quince años a la que su novio le pone una pistola en la cabeza, o por amenazarla de muerte a ella o a su familia. «Yo lo intenté dejar un día y fue a pegarle a mi hermano (…) ‘Como me dejes, mato a tu hermano, verás como así no me dejas», dice una chica de dicieséis años. Y otra, de diecisiete: «Cada vez que nos peleábamos me decía: ‘voy a matar a tu padre, tengo que matar a tu padre’. Mi padre nunca le ha hecho nada. Mi padre no le ha dicho vete de mi casa, deja a mi niña y no te acerques más a ella. No: mi padre no se metía».
Se crea, dice Ruiz Repullo, la «cultura del miedo». Que suele comenzar por romper cosas. Y que se extiende hasta lo más inocente, como el «mándame una foto para ver si te queda guay» que el novio le pide a la novia para saber cómo sale de fiesta y, acto seguido, pedirle que no lleve esa minifalda. Una vez, en clase, Ruiz Repullo anunció tres tipos de pareja según su toxicidad: verde, naranja y roja. Dijo que la verde era una relación basada en la libertad, no en el control. La reacción generalizada entre los chicos fue que si le daban libertad a sus novias, pasaban de ellos. «Hay dos modelos de comportamiento entre adolescentes machistas: el que hereda el discurso del padre/abuelo según el cual la chica no puede tener amigos, y el refinado y modernito que de repente, ante la violencia de género, te dice muy tranquilo que habría que saber lo que hizo ella antes».
Los chicos listos
Marina tiene 13 años y estudia en el IES Lope de Vega de Madrid. Una tarde del año pasado varios niños, a los que gustaba, estuvieron timbrando al telefonillo de casa para que bajase a jugar. Se asomó a la ventana, les hizo un corte de manga y se metió para dentro. Ha crecido en un modelo de mujeres fuertes y libres, dice su madre, María. Y en el aula se refleja lo que lleva de casa. También entre sus amigas. «Son más sobradas, más independientes y más fuertes. Y no creo que su clase sea la única. A ellos los tienen a raya», dice María. Lo que ocurre es que ni Marina ni sus amigas se enfrentan sólo a niños que la importunen y a los que puedan mandar a tomar aire. Se enfrentan a una estructura gigantesca que ha hecho que incluso ellas formen parte de lo que tienen que combatir.
Lo explica José Ignacio Conde, doctor en Economía en la Universidad Carlos III de Madrid, con tres trabajos científicos de resultados demoledores. El primero lo publicó Science el año pasado: a partir de los seis años las niñas dejan de considerarse tan listas como los niños. El trabajo se hizo con 400 niños de entre cinco y siete años. En una de las pruebas se le contaba a los niños la historia de una persona muy inteligente sin decirles a qué género pertenecía. A los cinco años, los niños decían que el protagonista era un niño y las niñas, una niña. A los seis y siete, muchas niñas ya decían que el protagonista era un niño. El otro estudio lo publicó Harvard en 2002; a unos alumnos de un MBA se les entregaron copias de un trabajo de Heidi Roizen, una inversionista de capital riesgo, y a otros alumnos copias del mismo trabajo pero cambiando el nombre de Heidi por Howard. El grupo que leyó el trabajo firmado por Howard concluyó que era un tipo muy competente con el que apetecía trabajar, además de parecer un buen hombre; el grupo que leyó el trabajo firmado por Heidi la consideró «muy política», creyó que buscaba «su propio beneficio», que era «mandona» y no era apetecible trabajar con ella. Conde cita un estudio más. de Claudia Goldin y Cecilia Rouse para America Economic Review, del año 2000, que prueba que cuando las audiciones para las orquestas nacionales se hacen a ciegas, sólo escuchando el instrumento, se seleccionan más mujeres.
Irene Rial, profesora del colegio Cruceiro de Vilalonga (Pontevedra), afirma que el estereotipo comienza pronto, desde la ocupación del espacio del recreo, predominantemente masculina, hasta comentarios sobre la ropa o el físico. Rial da clases a niños de 9 años. «En general ellas sienten más necesidad de aceptación, como si estuviesen más examinadas». Este colegio lleva a cabo un intenso trabajo sobre igualdad. «Lo que notas es que tanto ellos como ellas responden a la perfección a preguntas relacionadas con feminismo, por ejemplo. Pero de memoria, como algo aprendido de una asignatura. Un niño te dice: ‘Los niños y las niñas somos iguales y tenemos los mismos derechos’, por ejemplo. Y le preguntas a ese niño qué hace él en casa y cómo ayuda a su familia, y responde con naturalidad: ‘Ayudo a mi madre a recoger mi ropa’.
Otro aspecto que Rial destaca es el amor entendido como algo absoluto. Un lugar donde también se empieza a gestar el machismo. Según la socióloga Carmen Ruiz Repullo, hay cuatro grupos de mitos del amor romántico: ‘con mi amor cambiará’, ‘somos uno para otra y otra para uno’, ‘tú lo eres todo para mí’ y ‘si tiene celos es porque me quiere’. Parte de la culpa, según las conclusiones de Ruiz Repullo, es de películas como Tengo ganas de ti, Crepúsculo o Cincuenta sombras de Grey porque favorecen «una clase de relación basada en el sufrimiento, el control, los celos o la violencia». También programas españoles de éxito como Mujeres, hombres y viceversa, Quién quiere casarse con mi hijo o Gran Hermano. Un estudio del CIS ofrecía en 2015 un dato monstruoso: un tercio de los españoles de entre 15 y 29 años creen que es «inevitable o aceptable» controlar los horarios de su pareja, impedir que vea a su familia o sus amistades, no dejarle que estudie o trabaje o decirle lo que puede y no puede hacer.
Hay abundantes casos de machismo en la educación española que afectan a todas las edades, pero cada vez son más señalados y expuestos a la luz pública. El año pasado se levantó un monumental escándalo en un instituto de Alcalá de Henares por la charla de unos agentes de la Policía para concienciar, en teoría, sobre la violencia de género. Lo hicieron con frases como «debería dejar de existir la ley que protege a la mujer (…) La pena debería de ser la misma para cualquier persona, no por pegar a una mujer debería de ser mayor» o la confesión de un agente de que una vez su mujer le pegó una patada en la boca «que no pude ni cenar» y no pudo hacer nada porque si lo hiciese dejaría de ser policía. «Ha habido 64 mujeres asesinadas este año, pero también 34 hombres asesinados por mujeres: eso no vende», dijo otro, citando un bulo, ante chicos de 15 y 16 años. También el año pasado un instituto de Boadilla del Monte (Madrid) apercibió a una chica por ir demasiado «provocativa» cuando los chicos, denunciaron ellas, iban con los pantalones debajo del culo y el calzoncillo al aire. Y el centro escolar Juan Pablo II fue objeto de una inspección por parte de la Comunidad de Madrid por tener talleres exclusivos de ganchillo para niñas y visitas al Santiago Bernabéu a las que sólo podían acudir niños. En 2016, un profesor de la Universidad de Santiago montó en cólera porque le distraía el escote de una alumna. «Te lo dije ya el primer día, ese escote me desconcentra». Discutieron hasta que el profesor le dijo que si insistía en venir así vestida, se tenía que sentar en la última fila para no distraerlo. La respuesta de las compañeras de esta alumna fue acudir a clase en sujetador.
«La culpa es suya»
Alba Villaravid es una chica de 20 años que estudia en Lugo. Su experiencia es reconocible para una infinidad de estudiantes: «Cuando empecé el instituto tenía 12 años. Algunos profesores nos llamaban la atención por llevar ropa demasiado corta o hacían burla sobre nuestro maquillaje, pero yo no entendía nada. Quiero decir, no entendía lo que era ser sexualizada a una edad en la que ni siquiera había descubierto mi sexualidad. Las niñas más desarrolladas eran las primeras en sufrir estos comentarios. Más tarde era muy común recibir fotos y vídeos de chicas de mi instituto desnudas que habían mandado a algún chico en el que habían confiado. Todos pensábamos lo mismo: ‘la culpa es suya por haberlas enviado, vaya guarra’. No teníamos ninguna noción de feminismo, y habíamos crecido en una sociedad que nos enseñaba que las mujeres son objetos sexuales. Tampoco era raro oír que a algún profesor le gustaba tocar más de la cuenta».
Son diferencias que perpetúan un sentido perverso de los roles. Que pueden desembocar en la adolescencia, normalmente cuando empieza a haber atracción por el otro sexo. Mercedes Rodrigo Alfageme fue durante muchos años jefa de la unidad de Psiquiatría Infantil del Hospital 12 de Octubre. «En una relación amorosa la violencia se ejerce ya con una intencionalidad que sí puede llamarse machista: puede haber celos, posesión, intención de perseguir a la chica». Pero la violencia empieza mucho antes. «La violencia empieza cuando un niño de tres o cuatro años percibe que hay otra persona con una debilidad manifiesta. Entonces puede ejercerla. Pero esa otra persona puede ser niño o niña, incluso alguien con una minusvalía. ¿Por qué? Porque ese niño que ejerce la violencia intuye ya que no va a haber respuesta, que su violencia no va a tener consecuencias. Por tanto va a ejercer un dominio, un sometimiento para que la otra persona le obedezca”. ¿No es eso que puede ocurrir a los tres años una definición del machismo adulto? «Puede serlo, pero a esas edades el niño no lo hace porque su víctima sea niña. Lo que hace porque su víctima es débil. A los tres años aparece un ‘yo’ muy rudimentario, y unos rasgos de carácter que empiezan a ser muy poco definidos y que no pueden ser calificados como ‘personalidad».
El feminismo crece, dice Irene Rial, y ese feminismo de chicas de 15 y 16 años no es acomplejado sino resuelto, en el que empiezan a tener cabida chicos que no son señalados ni estigmatizados «por los eternos machotes de clase», dice la socióloga Ruiz Repullo. «Hay una legitimidad cada vez más grande que implica que estas personas tengan más seguridad en sí mismas, tanto ellas como ellos», dice. Alba Villaravid observa que el machismo en las aulas perdura y crece, pero «también crece nuestra voz, nuestra sororidad y espero que poco a poco nuestros derechos». Lo que antes podía llegar a considerarse natural empieza a ser señalado y denunciado como lo que es y lo que significa. A una velocidad pequeña pero imparable. Con la esperanza de que las siguientes generaciones sean educadas ya de una forma radicalmente distinta.
Fuente: elpais.com