Dani, 16 años, a punto de abandonar los estudios de bachiller por el estrés que le acarrea, es observado por su profesora de inglés. Lo ve muy inteligente y responsable. Sin embargo, su estado emocional se tambalea. Hablan. Dani le cuenta que ha renunciado a todo por intentar sacar adelante los estudios, hecho que le ha sumido en un estado depresivo que poco a poco se va apoderando de él, y del que sólo se le ocurre escapar dejando el instituto. Ya no sale con los amigos y ha abandonado su deporte favorito. Dedica todo su tiempo a lo académico y aun así no consigue salir a flote. Su explicación a tanto esfuerzo y tan poco resultado sólo es una: es tonto, incapaz de aprender. Su profesora acabada de llegar de Reino Unido y conoce a fondo la dislexia, de hecho, allí es algo habitual su detección e intervención, y le recomienda hacer una evaluación al respecto.
El diagnóstico aclara las dudas: Dani no es tonto, simplemente tiene dislexia y alta capacidad intelectual, que le hace doblemente excepcional. El hecho de tener un potencial muy alto hizo que su trastorno de aprendizaje fuera aún más invisible, pero no por ello menos demoledor. Horas y horas dedicadas al estudio sin obtener los resultados esperados, la presión familiar por no obtener buen rendimiento y las valoraciones negativas por parte del profesorado y sus compañeros hacen que estos niños, niñas y adolescentes vayan, desde la etapa de educación primaria, mermando su autoestima.
CONSECUENCIAS EMOCIONALES
Las consecuencias emocionales que conllevan una afectación en el aprendizaje no son tenidas en cuenta en nuestro sistema escolar, y retrasan los diagnósticos considerando que las dificultades de estos niños son “menos urgentes” que las de otros, agravando negativamente la afectividad. Pero ¿de qué porcentaje de alumnos estamos hablando? Las dificultades específicas de aprendizaje (DEA) afectan a un 10% de la población general, esto quiere decir que, en una escuela de 1.000 alumnos, 100 estarán afectos de una dificultad específica de aprendizaje. Como dificultades específicas de aprendizaje nos referimos a la dislexia, la discalculia y la disortografía, junto a otros trastornos del neurodesarrollo como el déficit de atención, el trastorno de aprendizaje no verbal y el Trastorno específico del lenguaje (TEL) que, a pesar de no considerarse trastornos específicos del aprendizaje, sí que generan dificultades de rendimiento en la escuela y, en consecuencia, una afectación emocional secundaria, que a veces, es tan intensa, que se convierte en el problema principal.
Fotografía de Pere Tordera
La baja autoestima es un rasgo común en estos niños dado que el propio concepto se construye en relación a la información que proviene del exterior. Y el exterior no les aporta un feedback positivo. Padres que presionan en relación a los estudios y que obligan a interminables tardes de tareas escolares, profesores que no valoran el esfuerzo porque lo desconocen o simplemente consideran que rinde voluntariamente por debajo de sus capacidades, niveles de exigencia muy elevados, apenas tiempo libre de juego, y compañeros con los que se compara negativamente dado que ellos, con muy poca dedicación alcanzan metas que él no es capaz de conseguir. Esta presión es diaria, aumentando el malestar emocional y desencadenando problemas adaptativos importantes. Como problemas emocionales más comunes encontramos niveles altos de ansiedad, cuadros depresivos (fruto de las continuas renuncias a las que deben someterse en pro del estudio continuado), problemas de sueño y/o de alimentación, somatizaciones (malestar físico consecuencia de la tensión emocional a la que están sometidos), fobia escolar (alto temor y negativa a acudir a la escuela), o alteraciones en el comportamiento o en las relaciones con los iguales.
DIFICULTADES DE APRENDIZAJE
Las dificultades específicas de aprendizaje, por tanto, van más allá que las propias escolares, y los adultos debemos ser capaces de detectar las señales que nos informan de que nuestro hijo o alumno presenta un riesgo claro a presentarlas. Si observamos un rendimiento sustancialmente diferente entre su esfuerzo o rendimiento, si manifiesta un claro malestar ante tareas que implican un esfuerzo mental, si muestra negativa por acudir al colegio, o las tardes haciendo los deberes son una batalla campal, podemos estar ante un problema de aprendizaje, que ya está haciendo mella en sus emociones. Es en este momento cuando, como adultos, debemos plantearnos si algo se nos está pasando por alto, y no justificarlo todo en baja motivación, inmadurez o “vaguería”.
Tristemente nuestro sistema educativo, si bien en la actualidad está intencionalmente dirigido hacia la inclusión, dista mucho de serlo en la práctica. Y, a pesar de que esta existiera, estos niños y niñas siempre se sentirán claramente por debajo de sus posibilidades, dado que la dificultad existe y son conscientes de ella. Es una obligación, por tanto, del entorno, familia y profesionales de la educación, dar respuesta a esta necesidad.
¿Y cómo? La vivencia del niño en el hogar con respecto a las tareas escolares debe ser comunicada a su tutor para que tenga en cuenta el grado de sobre esfuerzo que le supone estar al mismo nivel que el resto de sus compañeros en lo académico, aunque sea en áreas específicas. El contacto con asociaciones de padres de niños con DEA es un recurso altamente valioso para las familias. Por otro lado, existen protocolos de detección de dificultades escolares específicas que pueden ser aplicados por profesorado y padres con el fin de determinar claramente los síntomas que presenta. Y una vez realizadas estas acciones se recomienda la derivación a un profesional del centro o bien uno acreditado externo que determine un diagnóstico concluyente que confirme o refute la impresión original.
DIAGNÓSTICO
El diagnóstico va a permitir dar una respuesta objetiva a un estado emocional bajo. Los niños con DEA no consideran que la causa de su dificultad de aprendizaje sea un problema de conciencia fonémica, numérica, en la morfosintaxis, en la atención sostenida o en las funciones ejecutivas. No, no tienen tanto conocimiento en neurodesarrollo. Ellos simplemente sienten que todo lo que les pasa es debido a una baja capacidad intelectual, a que son incapaces de aprender, a que nunca podrán conseguir las metas académicas que se les propone. Una vez conocen lo que les pasa, y trabajan sobre ello, el cambio emocional es admirable. Y todos manifiestan sentirse aliviados al conocer exactamente la base de su dificultad de aprendizaje. Entonces ¿estamos poniendo etiquetas? No, estamos dando respuesta a una necesidad que existe. La necesidad de conocernos, para, a partir de ahí, poner en marcha las ayudas pertinentes para adecuarnos a la realidad que vivimos.
El camino no es fácil. Deberán trabajar más duro para llegar a los mismos objetivos que sus compañeros, pero será un camino compartido con profesores, padres y entorno social en la misma dirección, la de que él alcance sus metas escolares y la estabilidad emocional.
Fuente: http://integratek.es