9 de noviembre de 2015, segundo mes del curso de 4o ESO, lunes. La nueva semana se avecina como otra cualquiera. 7:15 AM, el despertador suena cuando todavía parece que estamos a mitad de la noche, volvemos a la rutina, lo apago somnolienta. Arrastrando los pies y con los ojos semicerrados me levanto de la cama para abrir la persiana y descubrir cómo amanece el nuevo día. Las farolas siguen encendidas para alumbrar las calles que todavía siguen en penumbra, al este se puede ver como tímidamente el sol va asomando poquito a poco e inunda alguna de las calles de la ciudad de Logroño, mientras la luna palidece poco a poco. Otro nuevo día del largo y pesado otoño.
Primera clase de la mañana, Física y Química. Física junto a matemáticas siempre ha sido mi materia favorita. Constantino es nuestro profesor de ciencias y desde luego no es la mejor opción para despertarse del todo, pero aquella mañana iba a ocurrir algo que seguramente no olvidaríamos en muchos años.
Constantino es de mediana edad, alto, delgado y tiene cara de profesor de instituto (ceño fruncido, mirada penetrante, calvicie pronunciada y nariz aguileña). Va vestido de profesor de instituto (pantalón vaquero, jersey azul marino de pico y camisa de cuadros). Estoy segura que cuando era pequeño todo el mundo le decía «tú de mayor serás profesor de instituto».
Las prominentes ojeras delatan una personalidad un tanto huraña, un humor agrio y de vez en cuando con explosiones coléricas. No se sabe si tiene problemas de sueño, está enfadado con el mundo o como muchas veces él mismo sugiere está desperdiciando su talento enseñando ecuaciones y la tabla periódica en un instituto de provincias. «Yo estudié física y matemáticas en una de las universidades más prestigiosas del país». Nunca, nunca sonríe y tan solo se alegra cuando mis compañeros de la clase alaban a su equipo favorito, hasta que se da cuenta que lo hacen para perder tiempo en clase y entonces nos quedamos castigados sin recreo.
Hoy nos toca empezar nuevo tema, las ondas gravitacionales, todo transcurre con normalidad hasta que de repente suelta la bomba, sin venir a cuento se arranca con que «EL HOMBRE NUNCA JAMÁS LLEGÓ A LA LUNA Y QUE SOLAMENTE LOS TONTOS PUEDEN CREERSE SEMEJANTE MEMEZ». Así, sin despeinarse ni un solo pelo de la calva.
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