Cada vez más mujeres acceden a profesiones y ámbitos que antes estaban destinados, casi exclusivamente, a los hombres. Aun así, la brecha de género sigue proporcionando datos escandalosos: en Estados Unidos, por ejemplo, solo el 14% de los ingenieros que salen cada año de la universidad son mujeres.
Podemos buscar multitud de razones que justifiquen esta disparidad, pero la más importante es, sin duda, la educación. Tanto hombres como mujeres comenzamos a adquirir en la infancia los conocimientos que formarán la base de nuestra vida futura. Jugando aprendemos a relacionarnos con el mundo que nos rodea. Jugando comenzamos a pensar, conocer, discernir, a desarrollar nuestra creatividad y pensamiento crítico. Y esta es la gran carencia que, hasta hace poco, han sufrido las pequeñas con respecto a sus compañeros varones.
Estamos acostumbrados a que los juguetes sean para niñas o para niños, rosas o azules, castillos de princesas o coches de carreras. Los juguetes estereotipan a menudo a nuestros hijos, y las niñas se ven encarceladas en el «aislamiento rosa».
No hay nada de malo en que tu pequeña juegue a ser una princesa, por supuesto. Pero, ¿y si quiere ir más allá? Todos contamos con cierto espíritu crítico, científico, por tanto. Debemos ser capaces de ofrecer las mismas oportunidades para que todos puedan desarrollarlo y elijan conscientemente su camino en el futuro, independientemente de su sexo. No es tan difícil romper el aislamiento rosa; solo debemos buscar juguetes no conformistas que ayuden a nuestras hijas a pensar, que acerquen a la ciencia y la tecnología de forma lúdica y adaptada a sus necesidades.
Desde 2012, cada vez proliferan más los juguetes de este tipo, especialmente diseñados para ellas. Todo empezó en Kickstarter, la mayor plataforma mundial decrowdfunding, cuando Debbie Sterling, una joven ingeniera, lanzó al mundo el proyecto en el que había invertido todos sus ahorros: GoldieBlox, un juguete de construcción apoyado por un libro educativo y basado en una sencilla mecánica, pero que a la vez contaba con casi infinitas posibilidades.
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