En medio del mar proceloso (también tedioso, escandaloso y asqueroso) de las reformas educativas de nuestro país, se va asentando – ajena a cualquier crisis – una situación de facto que parece contar con la anuencia general aunque en privado reciba numerosas críticas: la implantación de un sistema de estudios pretendidamente bilingüe. Es probable que el contagio sea ya irreversible; aun así me resisto al silencio.
Empezaré por el principio. La enseñanza de idiomas que se imparte en nuestros colegios e institutos ha sido tradicionalmente deficiente. En España, apenas han aprendido idiomas aquellos que han podido pasar amplias temporadas en el extranjero; primero, a costa del dinero de la familia (de la familia que lo tenía, claro); luego, también, acogiéndose a algunos programas de intercambio. El resto, los que no han salido, han seguido arrastrando de forma mayoritaria su incapacidad en lenguas extranjeras. Cuando me refiero a lenguas extranjeras, hablo – ante todo – del inglés.
¿Qué pasa con el inglés? ¿Es tan difícil como dicen? ¿Es más difícil que la Física o que las Matemáticas? ¿Por qué una asignatura dotada con tantísimas horas lectivas se aprende con tanta dificultad? ¿Son tan malos sus profesores?
Parece que ante la constatación de que la enseñanza del inglés no funciona, alguien… no sé quién… ha creído interesante imponer un modelo que en nuestro país no tiene ni pies ni cabeza pero que se postula como un salto cualitativo, amén que como la solución a los problemas que a nuestros estudiantes les genera la lengua de Shakespeare: el conocido como “modelo bilingüe”, un experimento del profesor Bacterio que en apariencia encanta a madres y padres pero que, sin duda, ha de inquietar a muchos buenos profesores y, más aún, a muchos aspirantes a profesor en el futuro. Este modelo propone que, además de las correspondientes horas dedicadas al idioma, algunas de las asignaturas del programa se impartan en inglés… como si anduviéramos tan sobrados en el manejo de nuestra propia lengua1…
Una de las materias escogidas a menudo en Primaria, Conocimiento del Medio, que engloba Historia, Geografía, Sociedad y Ciencias Naturales y que pretende, en castellano, formar a los niños en el conocimiento de su entorno, en el dominio de un amplio vocabulario básico sobre el mismo y en la comprensión de cuestiones sociales y procesos naturales e históricos, se ve ahora reducida considerablemente con el fin de hacerla practicable ¡en inglés! para niños no angloparlantes. En ese afán, el temario original, en traducción, se jibariza… se adapta y, con ello, se reduce aún más el arco de conocimientos del alumno.
¿Qué profesores son los óptimos para impartir estas clases? Por supuesto, no los que mejor conozcan la materia sino los que mejor hablen inglés. El nivel de comprensión cae y los contenidos se adelgazan; así que, como cada vez hay menos que contar, también hay menos que saber por parte del profesorado. Puro fast-food learning, en los términos técnicos que tanto gustan.
Nadie se engañe. Los programas llamados bilingües se aplican sobre niños que, en su amplia mayoría, no son bilingües. Una clase que pretende impartirse en una lengua que los alumnos no dominan será siempre una clase de idioma y no de Conocimiento del Medio ni de Matemáticas ni de Plástica. Es paradójico que unos niños que sólo han estudiado cinco formas verbales del modo indicativo, que no las manejan con soltura, que ni siquiera conocen cien verbos y que no dominan ni mil palabras de esa lengua reciban una enseñanza integral de una asignatura. Es decir, no es paradójico: es una estafa; ante todo, una estafa al conocimiento de la materia en cuestión y al imperativo de “educación básica” del alumno. No me entretendré aquí hablando del “Síndrome de Dora la Exploradora” que lleva a que muchas clases bilingües se conviertan en el caldo de un infecto “espanglish” donde se “bilingüea” diciendo cosas como “¿Tienes un pencil?” o “A mí, los Fish and Chips me encantan”. ¡Terrorífico!
A cualquier madre o padre que le preguntes – como es normal – te dirá que ve bien el modelo bilingüe porque así sus retoños avanzarán en el conocimiento del inglés, que les han asegurado que es el futuro… ¡¿Qué van a decir?! El resto de conocimientos palidece ante esta lengua-maná. Por supuesto, las secciones no bilingües están llamadas a ser degradadas a la categoría de “refugio de los torpes”. Y ¡Ay del colegio que no ofrezca un modelo bilingüe porque, en él, la pérdida de alumnos estará garantizada! Criterios económicos mandan… Así nos va…
¿No sería más sencillo que nuestros niños aprovecharan las dos o tres horas semanales que tienen de idioma para aprenderlo igual que aprenden Matemáticas o Lenguaje? Es conocido que en España los idiomas se estudian, no se aprenden. En todo caso, si no se consiguen los objetivos y el inglés es tan importante ¿por qué no se añade alguna hora más al inglés? Es más saludable para el Conocimiento del Medio, de las Mates o de la Plástica, que les quiten una hora a la semana que que se impartan en una lengua semidesconocida. El problema es que la enseñanza del inglés no se arregla ni aunque le dediquen seis horas a la semana. ¿Por qué? Porque está mal planteada. Porque los profesores parecen tener que someterse a la dinámica de los libros de texto… y los libros de texto los hacen editoriales que se forran vendiéndolos. ¿Por qué, si puedes tener a los chavales siete cursos para estudiar el presente, el pretérito perfecto, el presente continuo, el pretérito imperfecto y el futuro de indicativo, se los vas a enseñar en dos…? Lo mejor es llenar páginas y páginas de ejercicios… ¡Venga… el presente, en primero, en segundo, en tercero…! Y vuelta a empezar en la ESO… Sería bueno conocer cómo se han configurado los curricula de enseñanza en Lengua Inglesa en nuestro país. En vista de los contenidos, no es difícil imaginarse a “lobbies” editoriales presionando, amparando una dilatación extrema de los años de aprendizaje, repartiendo regalos y sobres… ¿Saben cuánta pasta mueve ese “Día de la marmota” que es la enseñanza del inglés en España? Echen la cuenta. Un libro de texto y varios de ejercicios por año, más materiales anexos, multiplicado por toda una vida docente de compra… ¡Y por el número de niños!
El nefasto enfoque de la enseñanza reglada, los cientos de horas lectivas desaprovechadas por unos deficientes planes de estudio permiten a su vez que, por debajo, florezcan miles de academias privadas de inglés – que también tendrán sus propios métodos y libros… ¡más madera, es la guerra! – que muerden otro tanto los dineros de las voluntariosas mamás y de los entregados papás y roban a los “pobres niños” su tiempo de ocio o de deporte… Pongo comillas porque los “niños pobres” verán negado ese acceso privado a la lengua-maná y lo peor… también a otras actividades extraescolares.
La solución a ese fracaso en la enseñanza del inglés propiciado, entre otras cosas, por el exceso editorial (muy cómodo quizá para el docente, aunque terrible para el bolsillo de los padres) parece ser un sistema falsamente bilingüe en el que la mitad de la formación de las niñas y niños se dirige a aprender esa lengua. ¡No contenido sino idioma! Me viene a la mente un chiste que me contó hace años mi amigo Jesús Rodríguez Velasco: «Le dice un señor a otro: “Conozco a un tipo que habla 15 idiomas”. A lo que el otro le responde: “Ya… pero ¿qué dice?”»
Gracias al modelo bilingüe, nuestros hijos van a poder expresar cada vez mejor su ignorancia en inglés, mientras nosotros preparamos la cartera para comprar los libros de texto a pares, pues ahora necesitamos dos: la versión inglesa y la versión española, si los niños y nosotros queremos enterarnos de algo… ¡Menudo negocio para algunas editoriales! Éstas no es que sepan inglés… ¡es que saben latín!
1Hace poco, paseando por los pasillos de un centro bilingüe, los dos únicos carteles que no estaban en inglés, tenían sendas faltas de ortografía… porque las tildes (aun después de la última y estúpida reforma ortográfica) siguen considerándose faltas ¿no?
Fuente de la noticia: www.ultimocero.com