Al final la COP25 no será conocida por el consenso, que lamentablemente no se alcanzó. Tampoco por compromisos concretos para reducir la emisión de gases que ralenticen el calentamiento global, ni por regular los mercados de carbono, porque los grandes emisores lo impidieron. La Cumbre de Madrid no será recordada por la declaración de intenciones que se aprobó en el último suspiro. Ha sido la Cumbre de la decepción.
Tras las innumerables ponencias de científicos y activistas y las maratonianas negociaciones entre políticos, nos queda un abismo creciente que separa peligrosamente a los gobiernos de sus pueblos. Y no puede consolarnos ni el esfuerzo mediador de la ministra española para la Transición Ecológica ni el Pacto Verde de la UE.
Es cierto que la falta de acuerdo es mejor que un mal acuerdo, y que el mundo tiene seis meses para intentar concretar en Glasgow lo que este fin de semana no fue posible. Pero la cerrazón de EE UU y de potencias emergentes como China, India, Rusia o Brasil me ha vaciado el depósito del optimismo.
Al final, la COP25 pasará a la historia como la Cumbre en la que una adolescente les leyó la cartilla a los líderes mundiales. Sin duda, Greta Thunberg ha sido la singular protagonista, a su pesar, de una convocatoria que le ha dado la espalda a la emergencia que vive la humanidad. Y sin embargo, seríamos injustos si nos quedáramos con el titular de La Cumbre de Greta. Madrid ha tenido el orgullo de albergar La Cumbre de la sociedad mundial movilizada. Porque hay muchas Gretas, una marea de colectivos ecologistas, de estudiantes, de familias, de comunidades enteras… que se ven amenazados por la crisis climática y que reclaman a quienes gobiernan el mundo que actúen como auténticos estadistas, que piensen en las próximas generacionesy no en el corto plazo electoral. Si no se toman medidas ya, no habrá planeta que dejar en herencia a nuestros nietos.
Y es que Greta Thunberg ha mostrado sensibilidad e inteligencia. Ha aprovechado la enorme capacidad de atracción que ejerce sobre los medios para ceder el protagonismo a colectivos que llevan mucho tiempo denunciando la crisis climática, dando así una lección ética a los dirigentes políticos, a los que la elogian y a los que la insultan. Esta ha sido la Cumbre de los pueblos indígenas a quienes están asesinando por defender la Amazonia, la Cumbre de los mil niños que han escrito sus cartas a la «Querida COP», la Cumbre de los migrantes por el cambio climático que huyen de sequías e inundaciones y, sobre todo, la Cumbre de los científicos que llevan décadas aportando datos concluyentes para que nadie pueda negar la crisis climática. La salud del planeta no es aplazable. Y Madrid no ha podido retrasar la fecha de caducidad.