Cambiar un patio es, sin duda, una manera de cambiar las relaciones que se tejen en él. El verdadero reto se encuentra en crear un ambiente que invite a imaginar o pensar, que sugiera más que dictamine.

Suena el timbre o la música para salir al patio. Las aulas se abren, una tras otra, y de ellas salen regueros de niños con una sonrisa en la cara y un bocadillo en la mano. Sus pasos son rápidos, tienen prisa, porque tan solo disponen de treinta minutos para jugar y ellos desearían estar horas. De golpe el patio se llena de niños y niñas de distintas estaturas, ocupan espacios distintos, algunos en grupos, otros caminan solos o se quedan quietos en un rincón sin saber a qué o con quién jugar. En tan solo unos minutos el patio se ha convertido en un lugar caótico a simple vista, la organización del juego parece imposible para cualquiera que mire desde fuera, se juegan tres partidos distintos en un mismo espacio: uno de fútbol en vertical y dos de baloncesto en horizontal. A un lado, un grupo pequeño juega a cartas arrinconado en la pared, las pelotas yendo y viniendo muy cerca de ellos.

No se puede negar que el juego de pelota, y muy especialmente el fútbol, se ha convertido en el dueño indiscutible del patio. Dictamina la cartografía del espacio y llena la mente de los pequeños con sueños de dinero, coches y fama. Mientras, los demás, se adaptan como pueden alrededor. Son muchos los que no quieren jugar a fútbol, otros, aunque no quieren, se ven “obligados” a jugar si pretenden mantener su grupo de amigos. ¿Qué hacemos al respecto? ¿Qué se está haciendo en las escuelas para romper con el imperio del fútbol?

Si echamos un vistazo a muchos de los patios a los que juegan los alumnos hoy, comprobaremos que son idénticos a los de hace veinte, o más años. El patio es el espacio por antonomasia de los niños en las escuelas, en ellos aflora todo lo que en el aula pueda quedar velado: grupos de poder, alumnos solitarios, avenencias, desavenencias, competitividad, conversaciones secretas en los lavabos… ¿Por qué, sabiendo que este es un espacio donde se crean gran parte de las relaciones entre el alumnado, seguimos dejando que sea el fútbol (y todo lo que conlleva este deporte) el que lo monopolice? ¿Qué ocurre con los alumnos que no quieren jugar a este juego y prefieren otro tipo de espacios?

Existen muchas escuelas que han puesto al recreo en el punto de mira y se están planteando qué tipo de relaciones quieren que se den en él. Un primer paso, pero muy tímido, ha sido el de implantar un día de la semana sin pelota. Es cierto que algunos alumnos juegan a otros juegos, pero la dependencia a la pelota es tan grande, que se las ingenian para convertir cualquier cosa en pelota y jugar a escondidas: reunir el papel de plata y hacer una bola, ha sido la “solución” que algunos han encontrado a falta de una real.

Nunca he considerado que prohibir sea la solución, un deporte no es, per se, bueno o malo y prohibirlo no va a cambiar la actitud ni las ideas de quienes lo juegan. Lo que sí es cierto es que el patio seguirá reinado por este deporte si no se acondiciona para dar cabida a otras realidades.

Ajedreces, parchís, Twisters u otros juegos pintados son algunas de las opciones. Aunque en estos casos, nos encontramos de nuevo con un elemento que dirige al alumno hacia un juego en concreto, en vez de sugerir. Hay quienes han querido ir más lejos.
Publicidad

En Cataluña, Carme Cols y Pitu Fernàndez, una pareja de maestros jubilados amantes de la naturaleza, acuden a las escuelas para repensar los espacios exteriores como espacios educativos. El trabajo que desarrolla esta pareja es voluntario: “No somos diseñadores.”, afirman, “somos profesores con inquietudes que, con la ayuda de otros profesionales: arquitectos, carpinteros, jardineros, pedagogos, etc; vamos encontrando respuestas para repensar los espacios exteriores de las escuelas.”

Entre algunas de las escuelas con las que han colaborado, se encuentra la escuela pública de infantil y primaria de Reus, La Vitxeta. Para llevar adelante su proyecto “La Vitxeta se mueve por el patio”, crearon una comisión de familias y docentes que se reunieron durante dos años para tirarlo hacia delante. El trabajo se dividió en subcomisiones: redacción del proyecto, recogida de las actas de reunión, encargados de elegir la vegetación, pensar espacios con desniveles, planos y mapas, presupuestos… Incluso el mismo alumnado participó en el proyecto aportando sus propuestas: “Una granja para insectos”, “Una pared con los nombres de los alumnos de sexto”, “Una casa en el árbol”, se podía leer en una cartelera llena de post-it de colores. Una vez el proyecto estuvo ideado, se convocaron jornadas de trabajo en los que se llamaba a la gente a participar en la construcción del patio.

Son muchas otras las escuelas que se han interesado por estos cambios, y que han convertido el patio en un lugar personalizado, adaptado a las posibilidades y necesidades de la escuela. La Escuela Infantil Municipal J.M. Céspedes, decidió, en 2007, convertir el patio en un jardín. Han pasado ocho años hasta que han concluido el proyecto. Ahora el alumnado juega entre cajas, hierbas aromáticas, troncos y cabañas de paja.

Cambiar un patio es, sin duda, una manera de cambiar las relaciones que se tejen en él. Las opciones y las posibilidades son muchas, pero el verdadero reto se encuentra en crear un ambiente que invite a imaginar o pensar, que sugiera más que dictamine, porque el día a día de niños y niñas ya está suficientemente planeado como para colonizar este pequeño espacio de tiempo que les corresponde a ellos y solo a ellos.

Fuente: eldiariodelaeducacion.com